Dieciséis

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«A todos los que piensan que la adolescencia es la etapa más bonita de la vida, quiero decirles que se equivocan. La adolescencia es la mayor mierda que existe. A menudo nos decepcionan y decepcionamos. Solemos tratar peor a quien mejor nos trata. Nos enamoramos. Dejamos que nos manipulen. Pero, por encima de todo, no sabemos quiénes somos. Tratamos de ser más delgados, mejores estudiantes, más enrollados... para que la gente nos acepte. Pero de nada sirve. No nos van a querer más por eso. La adolescencia es una lucha encarnizada. Nadie nos asegura salir victoriosos, pero, si lo hacemos, todo habrá tenido sentido. El sufrimiento servirá para que estemos bien. Por cada una de las veces en las que nos hayamos dado asco, nos aceptaremos. Por cada una de las veces en las que hayamos querido contentar a otros, seremos nosotros mismos. Y entonces y solo entonces, comenzará la mejor etapa de nuestra vida...».

Sonó el timbre. Ale estaba haciendo malabares para ponerse los zapatos, echarse perfume y colocarse los pendientes en tiempo récord. Si no llegaba al instituto en veinte minutos, la graduación empezaría sin ella.

—¿Sí? —dijo a través del telefonillo para comprobar quién estaba en la puerta de su edificio.

—Princesa, su carruaje la espera —dijo una divertida voz sin poder contener la risa.

—¡Carmen! —exclamó feliz.

—Baja, vamos a llegar tarde.

—¡Voy enseguida! —contestó.

Se pintó los labios color cereza y se miró una última vez en el espejo, sonriendo. No esperaba que Carmen viniera a recogerla. La costumbre era que el grupo de Lucía hiciera su aparición estelar llegando todas juntas y con ella en el centro. No sabía qué había pasado para que Carmen fallara a esa costumbre, pero, fuera lo que fuera, ojalá sucediera más a menudo. Se montaron en el coche y pusieron rumbo al instituto.

—¡Vamos! ¡Ya ha empezado! —dijo Carmen corriendo hacia la puerta—. Ale, ¿pasa algo? —preguntó al ver que no se movía

—Es que no puedo entrar ahí sin decirte que estás guapísima. —Carmen se sonrojó. Llevaba un vestido blanco impresionante. Por primera vez, quería que las miradas se detuvieran en ella.

—Tú también. —Sonrió.

—¿Crees que habrá algún problema si llegamos cinco minutos tarde? —Carmen negó con la cabeza—. Pues volvamos al coche. Nos falta un pequeño detalle...

Hay personas que no soportan llegar tarde a un evento porque eso significa atraer todas las miradas en cuanto tus pies cruzan la puerta. Carmen y Ale eran conscientes de ello y, por tanto, quisieron darles a los espectadores un motivo añadido para fijarse en ellas. Lucía estaba presentando el acontecimiento cuando las dos penetraron en el gimnasio con un impresionante maquillaje de fantasía en los ojos. A Ale le hubiera encantado grabar ese instante, pero no solo por la cara de Lucía, sino porque, contra todo pronóstico, Carmen caminó segura y orgullosa hasta ocupar su sitio, como si Lucía no ejerciera la más mínima influencia sobre ella.

Finalizada la entrega de los diplomas, Carmen se colocó detrás del micrófono. David, el profe de filosofía, le había propuesto a comienzos de semana dar el gran discurso. En otras circunstancias, esta se habría negado. Nunca pensó que su lugar pudiera estar encima de un escenario ni que sus textos salieran de las paredes de su habitación para ser oídos por todo un auditorio. Sin embargo, tras su viaje a Lisboa, se había dado cuenta de que no podía dejar que nadie apagara su brillo, volviéndola invisible. Tenía mucho que mostrar al mundo y debía creer en sí misma más que en cualquier cosa. «No tiene por qué ser el clásico discurso formal lleno de citas filosóficas y largos agradecimientos. Una persona cualquiera necesitaría aferrarse a eso para saber qué hacer, pero tú tienes un gran talento. Lanza el mensaje que quieras lanzar. Sé que será valioso». Esas fueron las palabras de David. Hasta entonces, Carmen no había sido capaz de elaborar su discurso, pero, al observar una a una las miradas de aquellos que habían compartido con ella esos locos, intensos, bellos y, a veces, escalofriantes años de instituto, supo exactamente lo que tenía que decir.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora