Veintitrés

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Oliver y los demás llevaban horas intentando conseguir que Eric hablara. Necesitaban obtener respuestas a muchas preguntas. ¿Quién lo había contratado? ¿Dónde había escondido el dinero? ¿Fue él quien trucó el coche de Axel? Sin embargo, este no respondía a los golpes ni a las amenazas. Registraron su apartamento en busca de alguna pista, pero no encontraron nada. La impaciencia estaba empezando a apoderarse de ellos. Movido por la desesperación, Chino tumbó la silla en la que lo tenían atado.

—¡Habla, miserable! ¡Di algo! ¡Toda la vida con nosotros y ahora no eres capaz de decir nada! —gritó.

Fuera de sí, comenzó a dar puñetazos a la pared. Eric había sido su amigo desde que tenía uso de razón, más que eso, había sido como un hermano. Se habían metido en cientos de problemas los dos juntos y lo habían compartido todo. Eran uña y carne. Chino no podía soportar la idea de que lo hubiera traicionado. Cuando perdió el control de su coche en la última carrera, podría haber acabado gravemente herido, o peor aún, muerto. ¿Qué clase de monstruo era Eric? Había demostrado que no le importaba verlo muerto con tal de conseguir una buena cantidad de billetes.

—¡Chino, tienes que parar! ¡Vas a partirte la mano! —exclamó Ale.

—¡Te juro que si paro estos golpes se los daré a él! —contestó lleno de furia.

Ale le dio un fuerte empujón para apartarlo de la pared.

—¡O paras o te haré parar! —dijo enfadada.

Chino la ignoró, pero, cuando iba a lanzar un nuevo puñetazo, Ale se colocó entre él y la pared. Su puño se paró a centímetros de ella. Al ver lo que estuvo a punto de pasar, no pudo contener el llanto.

—Lo siento mucho. Casi te hago daño. Soy un imbécil —dijo entre sollozos. Ale lo abrazó contra su pecho.

—Para los que te queremos es muy doloroso verte así. Eric no merece que te partas el brazo por él. No merece nada. Lo que ha hecho es imperdonable —dijo sin parar de abrazarlo.

Chino lloró abiertamente, sin importarle que los demás lo vieran. Un golpe así te deja hecho pedazos. Al alzar la vista, Ale se dio cuenta de que toda la banda se sentía de la misma forma. Eric había abierto una brecha muy difícil de reparar. En todos esos años peleando contra Marcos y los suyos, la auténtica fuerza del Sur había residido en la confianza y la unidad. Cada uno de ellos tenía la certeza de que el otro jamás le fallaría, pero eso había cambiado. El Norte había conseguido destruir su mayor arma y eso los hacía más vulnerables que nunca.

Entonces, Toni penetró en el patio del edificio con un pequeño objeto entre sus manos. Registrando el coche de Eric, encontró lo que parecía ser una carta de un juego de mesa en la que se leía el nombre paladín.

—¿Qué significa esto, Toni? ¿Ahora se supone que Eric ha estado jugando a jueguecitos de cartas? —dijo Esther con tono borde fruto de la tensión.

—Eso no nos sirve de nada. Necesitamos pistas de verdad —añadió Nico.

El ambiente estaba bastante sobrecargado. En ese momento, no es que fueran la mejor versión de sí mismos. Sin embargo, como líder, Oliver trataba de mantener el espíritu y la esperanza.

—Tal vez esa carta tenga algún significado. No podemos obviar ningún detalle. Gracias por traerla, Toni —le dijo con la mejor sonrisa que fue capaz de sacar tal y como estaban las cosas. Acto seguido, le mostró la carta a Eric—. ¿Qué es esta carta? ¿Cómo la has conseguido?

El interrogado ni siquiera levantó la cabeza. Oliver le hizo una señal a Idara y a Nacho y estos lo obligaron a mirarlo.

—La carta, Eric. ¿Qué significa? —volvió a preguntar sin obtener respuesta.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora