Veinte

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—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —dijo Ale mirándola a los ojos.

—Completamente, ponme las extensiones —contestó Carmen.

Había pasado una semana desde el viaje a Barcelona. Toni había eliminado la fotografía de Carmen de la red, pero, al haber sido subida desde un ordenador público, no consiguieron identificar al culpable. Carmen tenía decenas de mensajes con asquerosas insinuaciones preguntándole si era ella la de la foto. Ale le recordó que lo que estaba sufriendo era acoso y que podía denunciarlo, pero ella se negó. Eso solo daría más bola al asunto. La única forma de lidiar con el problema era plantarle cara sin esconderse.

—Me prometí que no volvería a estar cerca de la gente del instituto, pero no pienso dejarte sola esta noche —dijo Ale temerosa de lo que podía pasar.

—Por supuesto que no. Tú tienes que estar ahí. Lucía también te ha hecho mucho daño. No puedes perderte el gran espectáculo... —contestó Carmen.

—Preferiría que no hubiera ningún espectáculo...

—¿Pero, qué dices? Esa arpía necesita que le den una dosis de su propio veneno. Además, ¿no eras tú la que quería vengarse de ella y de Andrés? Pues la hora de la venganza ha llegado —dijo casi sin pestañear. A Ale no le gustaba ver cómo el rencor se había apoderado de su amiga.

—Tienes razón. Después de todo lo que nos han hecho quería vengarme porque en el fondo soy alguien que solo sabe pagar el dolor con dolor; pero tú no eres así. Tú eres humilde y compasiva. Nunca le pagarías a alguien con la misma moneda. No quiero que todo esto te cambie...

—¡¿Y de qué me ha servido ser así?! ¡Esa bruja me ha humillado toda mi vida y ahora pretende destruirme! —exclamó furiosa—. La gente se cree que puede hacer lo que quiera conmigo, «la buena de Carmen», pero voy a demostrarles que se equivocan.

—Puedes demostrarlo de otra manera. Lo que vas a hacer es cruel y rastrero. ¡Esa no eres tú!

—Te equivocas, no hay otra manera. Tú misma me lo dijiste: no se puede ser buena estando rodeada de ese nido de serpientes. Lo único que nos queda es pagar el daño con daño.

En ese momento, Ale supo que nada de lo que dijera surtiría efecto. Carmen estaba sedienta de venganza y no pararía hasta cumplir su objetivo.

Esa noche, Cristian celebraba su decimoctavo cumpleaños con una fiesta en su casa. Era la fiesta del año a la que asistirían los más populares del instituto y también los menos. Cristian no prestó atención a las quejas de sus amigos sobre la lista de invitados. Era su fiesta e invitaría a quien quisiera sin atender a un medidor de popularidad. Colocó una alfombra roja delante de la puerta. Los asistentes vendrían disfrazados de grandes estrellas del cine o de la música. Esa noche, hasta los más invisibles tendrían la oportunidad de brillar.

Una hora después del inicio de la fiesta, cuando ya todo el mundo estaba ahí, llegaron «las estiradas» disfrazadas de divas del pop: Katy Perry, Dua Lipa y, en el centro, Ariana Grande. Todas las miradas se pararon sobre ellas. Lucía estaba convencida de que tenía el mejor disfraz de la fiesta. Nadie podía superarla. Caminó hasta Cristian y lo besó delante de todos para que se dieran cuenta de que habían vuelto.

—Estás increíble —le dijo al oído. Esta sonrió y se pegó para bailar sexy junto a él. Había ganado. Tenía de nuevo a Cristian y Carmen estaba hundida. Era lo que pasaba cuando alguien se atrevía a desafiarla. Esa perra no volvería a presentarse en esa fiesta ni en ninguna.

Al cabo de unos minutos, se formó cierto revuelo en la entrada. Para fastidio de Lucía, Carmen entró apoderándose de todas las miradas. Su fascinante look imitaba al de Ariana Grande en uno de sus conciertos. Llevaba botas altas de tacón a la altura de las rodillas, un top violeta muy escotado con mangas abullonadas y una impresionante diadema con pedrería en su pelo liso recogido en una coleta. Miró a Lucía por encima del hombro y le dedicó una sonrisa al pasar por su lado. Esta estaba más furiosa que nunca. Carmen se colocó en el otro extremo del salón sin perder el contacto visual. Quería disfrutar de ver a su vieja amiga muerta de envidia. La chica a la que creía haber hundido para siempre estaba ahí más hermosa y sexy que nunca. Si en algún momento se creyó la mejor de la fiesta, Carmen le había arrebatado el puesto. Esta se puso cómoda. Su juego acababa de comenzar.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora