«Cinco, cuatro, tres, dos...». Nico conectó las luces de neón y, en una milésima de segundo, el nuevo letrero de la hamburguesería de Tom estaba encendido. El bar cumplía su décimo aniversario y este había organizado una gran fiesta como agradecimiento a la gente del barrio por el cariño de tantos años. La música sonaba por todo el local y los chicos del Sur repartían hamburguesas y batidos gratis a todo el mundo. Toni hacía fotos que ocuparían una de las paredes del lugar destinada a los recuerdos. En sus diez años, el bar de Tom se había convertido en el corazón del barrio. Oliver y los demás tenían cientos de recuerdos en esos sofás rojos, riendo y charlando durante horas, como si no notaran el paso del tiempo. Previamente a cada carrera, iban todos juntos a por unos batidos, creían que les daba buena suerte. Ale no había estado allí demasiadas veces, pero ya se sentía como en casa. Ese sitio le recordaba a su hamburguesería favorita de Barcelona, a la que iba cada viernes cuando era pequeña, antes de que su padre muriera y su vida se pusiera patas arriba. Aquellos días haciendo concursos de comida con Ángel y Rosa quedaban demasiado lejos. La imagen de su familia unida era algo que nunca volvería a contemplar, y que le había dejado un inmenso vacío. No obstante, en ese bar acompañada de la gente del barrio, Ale sentía que tenía un nuevo lugar al que pertenecer. Lu se acercó a ella y le susurró al oído que estaba preciosa. Incluso estando rodeada de niños que hacían cola para un batido, seguía siendo una romántica empedernida.
—Ven, quiero que conozcas a mi madre —dijo quitándole la bandeja de batidos.
—¿Tan pronto quieres que conozca a mi futura suegra? —contestó atrevida. Lu se sonrojó.
—Te presentaré como una amiga, nada formal, porque... no hay nada formal entre nosotras... ¿o sí? —dijo entornando los ojos.
—Pues, me gustaría meterte ahí y comerte a besos... —dijo señalando la puerta del almacén—. No sé si eso se puede considerar algo formal...
—Hazlo —contestó desafiándola con la mirada.
Ale la cogió de la mano y la llevó al almacén, donde se besaron apasionadamente entre montañas de cajas. Tenían unos cinco minutos antes de que notaran su ausencia en la barra. Antes de salir, tuvieron que colocarse bien el pelo y ponerse la camiseta, aunque sus cuerpos les pedían que se quedaran...
De nuevo en la zona principal, Lu la llevó a una mesa del fondo pegada a una ventana donde acababa de sentarse una mujer preciosa de cabello negro y ojos azules, lo que sorprendió enormemente a Ale.
—Mamá, esta es Ale, ya te he hablado de ella... —la presentó Lu.
—Encantada de conocerla —dijo con una sonrisa.
—Igualmente. Pero, por favor, puedes tutearme. Soy Estrella —dijo devolviéndole la sonrisa—. Lu me contó lo que hiciste en las apuestas, cómo las mujeres han empezado a competir gracias a ti. Eres muy valiente —reconoció.
—Bueno... Teníamos que hacer algo. Marcos y los suyos nos trataban como si no fuéramos nada. Si no empezábamos a hacernos respetar, la situación sería incontrolable...
Estrella no dijo nada, pero, en su mirada cálida, Ale vio que las apoyaba. Ella misma había sido humillada muchas veces por ser mujer. Aunque fuera arriesgado, si había una mínima posibilidad de hacer que las cosas cambiaran, había que aferrarse a ella. Oliver vino a despedirse de su madre. Él y el resto del Sur tenían que marcharse ya para La Fábrica. Ale observó cómo la preocupación se apoderaba de la expresión alegre y tranquila de Estrella, como si, desde ese momento, ya no fuera a recuperar la calma. Tras abrazar y besar a sus hijos, se dirigió a Ale.
—¿Aún tienes que ir a ver a tu madre antes de competir? —Esas palabras la desconcertaron.
—Mi madre no sabe que compito... Si lo supiera, no lo permitiría. —Estrella adoptó entonces un tono grave.
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Ale Abely: novela juvenil
Teen Fiction¿Hasta dónde serías capaz de llegar por las personas que amas? A Ale Abely es una joven de dieciocho años adicta a la adrenalina y a las emociones fuertes. Su niñez quedó marcada por la muerte de su padre en extrañas condiciones, suceso que lo cambi...