Veintiocho

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Ale se despertó sobresaltada y salió corriendo de la habitación. Su mente aún estaba atrapada en los traumáticos sucesos que había vivido la noche anterior. El coche con explosivos, Eric a punto de sufrir un ataque cardíaco, César abalanzándose sobre ella... Se paró en seco. El último recuerdo que conservaba al final de esa crónica de pesadilla era estar junto a Lu en la parte trasera de su coche. Miró a su alrededor. Estaba en El Refugio. Sus amigos le habían salvado la vida.

—¡Ale! ¡Por fin estás despierta! —dijo Idara al final del pasillo. Sin embargo, antes de que esta pudiera alcanzarla, cayó desmayada al suelo.

—Ale, Ale, despierta. —Abrió lentamente los ojos y vio el rostro de Lu.

—Siento mucho lo que he hecho. Fallé a tu promesa. Fue una estupidez —dijo realmente arrepentida.

—Lo sé. Por eso no volveré a dejarte sola —contestó.

Ale logró incorporarse. Sus heridas habían sido sanadas. Pronto podría volver a moverse con normalidad. Se encontraba en el patio del edificio con el resto de la banda. Estaban todos y cada uno de sus componentes, excepto el más importante.

—¿Dónde está Oliver? —preguntó buscándolo con la mirada.

—Lo están trayendo del hospital —contestó Esther.

Entonces, Ale lo recordó. Oliver había sido envenenado. Como los planes de Dorian fallaron la primera vez, este ordenó a Miriam que terminara el trabajo. Era un plan perfecto. Oliver jamás sospecharía del contenido de esa botella siendo ella quien se la daba.

—¿Cómo está? —preguntó Ale temiendo la respuesta.

—¿Cómo se puede estar cuando te envenenan con cianuro? —contestó Lu—. Los médicos dicen que ha estado a tan solo unos minutos de morir. Probablemente, la pequeña parte que queda en su organismo le produzca cáncer —dijo con la mirada perdida.

—Lu, siento muchísimo todo esto. —Ale le cogió la mano, pero esta se soltó.

—Déjame —dijo con frialdad—. Solo te pedí una cosa. Aquí no sacrificamos a nadie. La vida de cada uno de nosotros es más importante que todo. Ya no estamos dispuestos a poner en peligro ninguna más.

—Un momento, ¿qué quieres decir? —dijo desconcertada.

—Esta noche nos reuniremos con Marcos y le entregaremos El Refugio —intervino Chino. Ale se quedó atónita.

—No puedo creer que estéis considerando esa opción, y menos tú, Chino. El Sur es toda tu vida —contestó decepcionada.

—Está decidido —proclamó Lucrecia—. Esta lucha no es como las anteriores. Si no les damos lo que quieren, se perderán vidas...

—¡No podéis hacer eso! —exclamó Ale—. ¡Si cedemos ahora, El Refugio no será lo único que se pierda! ¡Quieren el control del barrio! ¡¿De verdad queréis ver el lugar en el que nacisteis convertido en un laboratorio de drogas?!

—¡¿Acaso tenemos otra opción?! —contestó Lu impotente—. Te he apoyado siempre en todo, Ale, pero esto se trata de una guerra a muerte.

—¡Sí la tenemos! ¡Yo sé qué hacer! ¡He descubierto la identidad del señor de Tésur! ¡Conozco todos sus planes y también la forma de estropearlos! Solo os pido que confiéis en mí...

Siguió un devastador silencio. No se oyeron gritos de coraje ni alientos de esperanza. Era como si el fuego del Sur se hubiese apagado para siempre.

Entonces, Oliver entró al patio apoyado en el hombro de Toni. Tenía la tez pálida y le costaba caminar. Pese a eso, se colocó en el centro de todos y alzó la voz:

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora