Treinta y nueve. [Últimos capítulos]

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Los días pasaron más veloces de lo que Harry creía posible, tanto así que el día de los tribunales había llegado. Como era de esperarse, toda la casa Styles estaba patas arriba. 

—¡Maddie! ¡Te he dicho que busques mi corbata hace veinte minutos!

—¡Oh, claro! ¿Ahora la culpa la tengo yo? ¡Tienes todo desordenado aquí, aprende a limpiar una maldita casa!

—¡Cuida esa boca, pequeña demonio! —le gritó a su hija, quien se encontraba en su habitación aún buscando la prenda.

—¿Por qué no cuidas tú tus cosas? ¡Si tanto reclamas ven aquí a buscarla!

—¡De seguro voy allí, abro un cajón y está!

—¡Ya basta! No deben de estar así unas horas antes de que todo empiece. ¿Cómo estarán cuando falten cinco minutos? Vamos. Iré a buscar la corbata y problema resuelto. Sigue organizando esos papeles. Debías tenerlos listos desde hace una semana, pero no, ¡todo hoy, todo a último momento!—Gemma intentaba tranquilizarlos, pero era inevitable que esa rabia y preocupación no se le contagiaran—. ¡Y tú, Edward! Ve a limpiar esa cocina que parece que se caerá abajo.

—¿Le dices a Ed o a mí? —preguntó el rizado.

—¡A cualquiera! ¡Ya deja de tomarme el pelo! —él rió. Ed, obediente, bajó las escaleras y se adentró en la cocina para comenzar a limpiarla. 

Mackenzie se dirigió hacia su padre con dos vestidos en sus manos. No se decidía por cuál usar y una opinión no le venía mal.

—Papi, ¿el verde agua o el negro?

Cambió su vista de los papeles hacia su hija. Frunció el ceño, imaginándola con ambos.

—El negro. ¿Tienes una chaqueta negra? Si no estoy mal te había comprado una. 

Ella asintió y besó su mejilla, sonriendo, antes de subir corriendo por las escaleras y encerrarse en su habitación.

—Maddie. Tú ponte el salmón. Te queda bonito.

—Es rosado, papá. Rosado claro.

—Y yo soy azul, entonces. Vamos, apura.

No tenía ánimos para seguir discutiendo con Harry, así que le dio la razón y siguió a su hermana menor. 

—Aquí está tu corbata. Explícame, ¿qué hacía debajo de la cama? Tras que tienes sólo una decides meterla debajo de tu cama.

—Se habrá caído. Tengo más, en el cajón de corbatas.

—¡¿Hay un cajón de corbatas?! —bramó.

—Era broma, tranquila. Gracias, Gemma.

Le lanzó la corbata al rostro y entró a la cocina. Mientras, él terminaba de tomar los últimos tres papeles y meterlos en su parte correspondiente para que todo esté en orden. Los dejó sobre la mesa cuando estaban listos y se pasó la corbata por la cabeza, intentando anudarla. 

—Deja que te ayude —Kendall rió, apoyada en el umbral de la puerta que conectaba al patio. Se acercó a él y desarmó el enredo que había hecho—. Siempre ayudaba a papá a ponerse la corbata. Definitivamente, no todos los hombres sirven para esto.

Dance Dads || l.s (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora