O21

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Ambos pegamos un brinco al oír la voz de Jeonghan y ver el rayo de luz que la puerta abierta introducía a la habitación. Nos separamos tan rápido que no pude procesar la información bien. ¿Jeonghan? ¿El que hacía aquí? ¿Eran ya las ocho de la noche?

—¿Por qué está tan oscuro?— preguntó y luego las luces me cegaron.

Parpadeé repetidas veces atolondrado y desconcertado.

—Estábamos viendo una película— explicó Seungcheol, quien de repente se encontraba muy lejos, a diferencia de cómo lo había tenido antes.

¿Cuándo se alejó tan rápido?

—¿En serio? ¿Cuál?— preguntó Jeonghan tratando de ver hacia el televisor y descifrar a qué filme pertenecían esas escenas.

—Infectados— dijo Seungcheol.

—Hoon, yo no sabía que eras masoquista— bromeó Jeonghan y sólo entonces, cuando oí mi nombre, aterricé. —Esa película es aterradora— musitó haciendo un mohín —¿Por qué la rentaste?

—Porque no sé italiano, ¿Te parece una buena excusa?-—musité medio atontado.

Aún no sabía que había ocurrido y por qué Jeonghan estaba allí siendo las siete con treinta.

Él soltó una risotada.

—Han, amor. ¿Por qué llegaste temprano hoy—- preguntó Seungcheol.

—Ah, hoy salí temprano.— dijo sin tomarle tanta importancia y se encogió de hombros.

Se puso en puntitas para besar los labios de su novio y me giré instantáneamente, de pronto más aterrorizado por esa escena que por el filme.

Oí el chasquido de sus labios al unirse y quise taparme los oídos o subirle todo el volumen a la TV con tal de que me fuera imposible captar ese tipo de sonidos.

La fierecilla apareció de pronto, atenta, molesta y enfurruñada. Se movía inquieta dentro de mi estómago y me rogaba que me levantara del sofá y me largara.

Miré por la colilla del ojo y pude verlos aun besándose. La fierecilla se removió y comenzó a rasguñar lastimosamente. Ahora era un sentimiento casi palpable, podía sentirlo con claridad dentro de mí, alguna especie de punzada cerca del corazón que, hacia los latidos pesados, moribundos. Esto no debía hacerme daño... pero lo hacía.

Me levanté del sofá y quité la película del televisor. Hice ruido cuando el control del DVD se me cayó de la mano al presionar su botón con fuerza excesiva. Pero al menos sirvió para que Seungcheol y Jeonghan se dejaran de pasar microbios y me miraran.

—Perdón— farfullé.

—¿No vas a terminar de verla?— preguntó Jeonghan.

—No, recordé que tengo que arreglar mis cosas— dije mientras ponía con movimientos torpes el DVD de nuevo en su lugar.

—Ay Hoon, pero tú nunca arreglas tu habitación— me acusó.

—No me refiero a eso Jeonghan— lo miré —lo que quiero decir es que mañana saldré con Mingyu y me llevaré la cámara— no sabía de dónde había salido la mentira, porque eso era, una mentira; Mingyu y yo no teníamos planes de nada—. Y, por cierto, yo si arreglo mi habitación, aunque no muy seguido.

Jeonghan ignoró mi último comentario.

—¿Saldrás con Mingyu de nuevo? Vaya, ¿Cuánta veces ya son?— se emocionó y comenzó a especular.

—No las cuento, Jeonghan— dije y me reí.

—¿Y a dónde irán? ¿De nuevo a tomar café?

Miré el rostro de Seungcheol y pude ver en él ese tipo de gesto que le producía cada vez que yo hablaba de Mingyu. Aquello me alentó a seguir más con la mentira.

—No, a la plaza de San Marcos— dije—. Así que, si me disculpas, tengo que ir a ver qué me pongo— sonreí, pero de esa manera en la que sonríen las brujas malvadas de las películas.

—¿No vas a cenar?— inquirió Jeonghan.

—No, no tengo hambre; pero si acaso me da, creo que tengo una barra de granola en mi escritorio— me encogí de hombros.

—-Está bien, pero no es mi culpa si te mueres por desnutrición.

—Bueno las barras de granola me pueden dar los nutrientes necesarios para lo que queda del día.

Jeonghan rió y rodó los ojos.

—Hasta mañana, Seungcheol— dije cordialmente y le sonreí. De verdad que me sentía malo y a la fierecilla le gustaba eso.

—Hasta mañana, Jihoon— musitó serio y sin sonrisa.

Me di la media vuelta y me dirigí a mi habitación. Había calmado a la fierecilla e incluso le había dado una dosis de satisfacción, pero ahora tenía otro problema. ¿De dónde demonios había salido mi mentira? No me quedaba más que solo cruzar los dedos para que Mingyu pudiera ser mi cómplice y aceptara la invitación que le iba a hacer.

Marqué rápidamente el número de Mingyu y me aparté de la puerta para que no puedan oírme. Timbró un par de veces y a la tercera su voz de ángel contestó del otro lado de la bocina.

—¿Jihoon?— me dijo sorprendido por mi repentina llamada.

Él siempre era el que me llamaba a mí.

—Hola, Mingyu, ¿Cómo estás?— susurré.

—Bien. ¿Por qué hablas tan bajito?— me preguntó, cambiando su tono de voz al mío.

—Porque no quiero que me oigan.

—¿Quien?

—Mañana te explico, ¿Sí? Sólo quería preguntarte si querías salir a pasear conmigo a la plaza— arrugué el suéter negro que llevaba puesto, nervioso.

—¡Por supuesto! ¿Mañana?

Suspiré aliviado.

—Sí, gracias.

—No, gracias a ti por invitarme— dijo.

—Entonces, hasta mañana, buenas noches y gracias.

—Hasta mañana.

Colgué la llamada e hice una exclamación de victoria. Sabía que podía contar con Mingyu cuando fuera.

Me senté sobre la cama y me incliné para abrir el cajón inferior de mi escritorio. Rebusqué entre papeles y debajo de todos encontré lo que había guardado como un tesoro a capa y espada hasta hoy. Levanté las diez fotos y miré cada una hasta encontrar alguna que dibujara el rostro mejor.

Cuando lo hice, la tomé en mis manos y estudié el bello resplandor que por sí sólo reflejaba el rostro de Seungcheol. Sentí mi estómago como si un montón de burbujas se inflaran y fueran flotando en el espacio libre. ¿Por qué él me provocaba todo esto? Ahora empezaba a tener un miedo racional y tangible. Seungcheol no debería de provocarme ese tipo de sensaciones, porque yo sabía que significaban.

Recordé lo que había ocurrido hace rato, y no pude ni siquiera imaginarme lo que hubiera pasado si Jeonghan no hubiese llegado. Su rostro estaba demasiado cerca. Demasiado.

Nos habríamos... besado.

Sentí cómo las burbujas se inflaron más y revolotearon por todo mi estómago.

Sacudí la cabeza, queriendo deshacerme del recuerdo y por consecuente de la reacción.

Guardé de nuevo todas las fotografías en mi cajón, debajo de todo el montón de papeles, en donde deberían estar. Me arropé para dormir y observé el techo en total oscuridad; luche contra los pensamientos que en ese momento estaba teniendo, a mí no me podía gustar el novio de mi mejor amigo, no debía.

𝗠𝗮𝗻𝘂𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𓂅  𝘫𝘪𝘤𝘩𝘦𝘰𝘭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora