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La tarde pintó su crepúsculo y antes de que el sol se ocultara, su luz anaranjada iluminaba un lugar en el que había parado mis pies. Reconocí aquel sitio y el recuerdo me trajo a Seungcheol a la cabeza. Era el bar-café al que él me había llevado el día del cumpleaños de su amigo Hansol.

Yo odiaba esos lugares, pero ahora, lo único que me pasaba por la cabeza, además de Seungcheol y el dolor que todo esto me producía, era conseguir una manera de terminar con él. Me armé de un valor que no me conocía y arrastré mis pies hasta el interior.

Cuando me hube adentrado, caminé esquivando a todos los demás que bailaban al ritmo de la escandalosa música y llegué hasta la barra. El joven detrás de ella, al mirarme me reconoció.

—¡Jihoon, el amigo de Seungcheol!— elevó la voz para que pudiese oírlo y lo único que encontré significado en esa frase fue el nombre de él.

—Hola, Hansol— farfullé sentándome en una de las sillas al borde de la barra.

—¿Te sirvo algo?

—¿Qué tienes para perder la conciencia?— pregunté y él rió.

—Creí que no tomabas alcohol.

—Sólo dame algo que me sirva para olvidar— ordené frustrado.

—Subito— dijo alzando las cejas y me dió la espalda para recopilar varias botellas del estante.

La música me atronaba en los oídos y el dolor cada vez más me inundaba el pecho. Había estado por tanto tiempo esforzándome para proteger a Jeonghan de patanes, engaños y ese tipo de cosas desde lo que le pasó con Minhyuk, y ahora yo era el causante se su dolor, de su desconfianza y eso me dolía mucho más de lo que podía llegar a imaginar.

Debía irme de Venecia.

Insistía con eso porque era la mejor opción, pero... dejar de ver a Seungcheol me costaría mucho.

Hansol puso delante de mí un pequeño vasito y luego me sonrió.

—Salud— dijo con ese acento italiano inconfundible.

Sin contar los chocolates envinados, jamás había pasado por mi boca el sabor a licor, y aquel líquido transparente que reposaba en el pequeño vaso de vidrio me seguía pareciendo igual de repugnante que la primera vez que supe de su existencia. Pero en esta ocasión necesitaba de aquel embriagante líquido para que borrara parte de mi memoria, o al menos, para que el insoportable dolor disminuyera.

Tomé el vaso pequeño entre mis dedos y al alzarlo lo miré con repugnancia y asco, pero cerré los ojos y lo dirigía a mi boca dejando que el olor me hiciera cosquillas en la nariz y que el líquido bajara por mi garganta, raspándola enseguida de que hizo contacto. Derramé todo el licor dentro de mi boca y la garganta me ardió como si tuviera una flama viva dentro. Abrí la boca e inhalé profundo, tratando de que el aire fresco entrara y aplacara el fuego. Una fuerte punzada de dolor acribilló el lado izquierdo de mi cráneo y una que otra neurona explotó. Entonces sentí el licor tocar mi estómago y cómo éste se revolvió dos segundos después; una presión allí dentro hizo casi que devolviera lo que había tomado. Cerré los ojos con fuerza y me llevé las manos a la boca, sólo por si acaso.

—¿Estás bien?— preguntó Hansol detrás de la barra.

Hice que el fuego en mi garganta se calmara un poco cuando volví a abrir la boca para inhalar aire y luego abrí los ojos y lo miré.

Me observaba preocupado mientras limpiaba un tarro de cerveza con un trapo.

Seungcheol aún seguía presente en mi mente y el dolor era aún perceptible.

𝗠𝗮𝗻𝘂𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𓂅  𝘫𝘪𝘤𝘩𝘦𝘰𝘭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora