Una lágrima rodó por mi mejilla, una lágrima que no pude contener; tan pesada como mi dolor, tan profunda como mi agonía. El taxi se detuvo frente a mi casa. Le pagué y bajé para adentrarme a esta. Subí y me tumbé en mi cama, a plena luz del día a llorar. Estaba enloqueciendo, me estaba volviendo un patético desquiciado. Llorar resultaba perfecto estando solo, sin preguntas, sin miradas; incluso la voz en mi cabeza guardaba silencio mientras las lágrimas seguían bajando por mis mejillas y mis sollozos se ahogaban contra la almohada. Y pensar que había perdido a la única familia que me quedaba, Jeonghan, por una estupidez mía, por un maldito error. En ese momento deseé fervientemente inventar una máquina que volviera el tiempo atrás, así, no iría jamás a Venecia, no hubiera conocido nunca a Seungcheol, no estuviera amándolo con todas las ridículas fuerzas de mi corazón y no estuviera solo en todo el mundo.
Pero era suficiente, ya había llorado mucho y a causa suya. Ya no podía ser tan vulnerable a él, no debía. No cabía duda que todo en este mundo se paga, y a lo mejor era el pago a mi maldad. Lo que yo le había hecho a Jeonghan, ahora lo estaba sufriendo. Pero no más, no iba a dejar que aquello me tumbara, tenía que vivir con ello de ser posible, pero iba a seguir adelante. Adelante, sin nada más que mi frente en alto. Era una promesa.
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Habían pasado tres días, y aunque me negara a aceptarlo y llevara puesta una armadura de fortaleza, mi corazón me preguntaba por Seungcheol. Tres días y ¿Nada? Seungkwan me había contado que, por supuesto, él le había preguntado a dónde había ido y cuando los hombros de Seungkwan se encogieron ante la interrogativa, Seungcheol salió disparado por la puerta, sin señal alguna de Jiah.
Pero ya no iba a pensar en ello, o al menos, intentaría no hacerlo y no darle más concesión al asunto. Miré a través de la ventana del hotel y visualicé las grandes formas arquitectónicas de los edificios de Seúl. Tenía pensado jamás volver de nuevo a Busan después de esta pequeña gira de la exhibición, quedarme en algún lugar seguro hasta que el corazón sintiera de nuevo. Me preguntaba ¿Hasta cuándo sería libre? ¿Hasta qué punto resistiría él? Mi corazón palpitaba deseoso por sentir, por vivir, por amar; tenía miedo de no encontrar todo eso en alguien más. Andaría lejos, esperando no volver atrás, no mirar profundamente su fotografía, negándome a todo aquello que aún sentía por él.
Si él apareciera, seguro mi corazón cantaría; pero mientras no lo haga y el tiempo pase; yo me haría más fuerte y evitaría derrumbarme sin sentimientos vanos. Lo dejaría libre, para poder ser libre yo.
Los golpes en la puerta interrumpieron mi divagación.
—¿Estás listo?— la voz de Seungkwan era un poco reconfortable a todo mi dolor.
Desvié la vista de la vitrina para mirarle y sonriéndole, asentí.
—Vamos.
Tomé mi abrigo y bajé junto a Seungkwan hasta la recepción del hotel, para dirigirnos a la calle Garosugil, en donde volví a darle vida a "Manuale del proibito"
Había sido un éxito en Busan, y ahora, Cho lo había trasladado a Seúl, en donde pidieron que la presentara. Estaba feliz, por supuesto, era el mundo reconociendo mi trabajo.
Cuando llegamos, Cho ya estaba allí y nos regaló una extensa sonrisa al vernos.
―Suban, suban, es en el cuarto piso― nos dijo dándonos la mano.
Sin duda era un edificio algo grande, tenía siete u ocho pisos, no estaba muy seguro; pero en Seúl, muchos edificios eran así.
―Vamos, faltan menos de treinta minutos― me instó Seungkwan empujándome por la espalda.
Al entrar al edificio el aire acondicionado me golpeó el rostro. Afuera ya era frío, ¿Por qué no mantenerse cálido adentro? Últimamente así eran mis pensamientos, triviales y sin importancia.
Seungkwan y yo subimos por el ascensor hasta el piso cuatro.
―Ey, ¿Cómo estás?― me preguntó poco antes de que las puertas se abrieran.
―Perfectamente― contesté.
No es que fuera mentira, pero tampoco era completa realidad. Por supuesto, físicamente estaba de maravilla, emocionalmente... bueno, era preferible no hablar de ello. Me sentía estúpido, tonto, como si fuera el niño nerd de el que todos se burlaban.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo primero que vi, más allá de la gente, fue la vista a través de las grandes ventanas; los edificios y rascacielos se extendían gloriosos hacia el cielo por todo Seúl.
―Vaya― exclamé y noté la tenue sonrisita de Seungkwan.
Luego otra cosa captó mi atención, era un espacio un poco más pequeño que el de la primera exposición, por lo tanto, las fotografías estaban más juntas, observándome. Quise borrar con una sacudida de cabeza el recuerdo que me vino a la mente al verlas, a fin de cuentas, volver a ver a Seungcheol no había resultado tan bueno.
Los minutos transcurrieron rápidos y mientras veía gente ir y venir observando mis fotografías se hizo tedioso. No es que no me gustara la expresión de fascinación de la gente al verlas, pero quería exponer otra cosa, otras fotografías, algunas más recientes, algunas que no me dolieran y no hablaran en mi imaginación. Comencé a contar los segundos, no encontrando otra cosa que hacer, y cuando le sonreía a la gente, empezaba otra vez desde cero. Así se me fue un buen rato.
De pronto, entre el murmullo de la gente, escuché algo, ¿Música? Mi mente preguntó y giré completamente desorientado, ¿De dónde provenía? ¿Por qué se me hacía conocida? No era el único que la oía, todos giraban sus cabezas y comenzaron a amontonarse en las ventanas.
El corazón se me paró al escuchar la voz.
Seungkwan, que estaba también en el tumulto de gente me miró de prisa.
―Ven a ver― lo oí apenas decir y obligué a mis pies a moverse.
Como pude, me abrí paso torpemente entre la gente, porque a pesar de que mi razón iba siempre en desacuerdo con la cosa latente bajo mi pecho, esta vez sabía que era algo real, algo de lo que mi corazón no saldría lastimado después, y entonces obedecí perplejo. Cuando por fin logré llegar hasta la grande ventana, medio atontado aún, apoyé las palmas de mis manos contra el cristal, haciendo que se humedeciera por el repentino sudor que desprendieron; posé mi vista en la azotea del edificio continuo y entonces lo vi.
En ese instante fue como si el corazón hubiera revivido o despertado de un letargo doloroso, haciéndome sentir más vivo que nunca. Porque más allá de sus estruendosos latidos con nombre propio, sabía muy en el fondo que esta vez, como ya lo había aceptado mi razón, esta vez no iba a haber decepción alguna.
¿Pero qué estaba haciendo Seungcheol? ¿Cantaba? ¿Me cantaba a mí? Al menos me miraba, mientras seguía dándole libertad a la bella voz que poseía y se llevaba una mano al pecho.
Unas ganas de llorar me invadieron sin explicación, era como si me estuviera trayendo serenata a mitad del día. La gente que me apretujaba a mi alrededor comenzó a desaparecer, y me vi perdido entre las capas de terciopelo de su voz; pegué mi frente al vidrio, ¿Es que su voz no podía ser más hermosa? Si ya era inspiradora cuando salía de su garganta como palabras, ahora no tenía comparación.
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𝗠𝗮𝗻𝘂𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𓂅 𝘫𝘪𝘤𝘩𝘦𝘰𝘭
RomanceFalso y pérfido eran sinónimos de mi nombre. De todos los papeles que pude protagonizar, era dueño del único que todo el mundo en mi situación, rechazaría. Lo peor era que esta no era una obra de teatro, cuyo objetivo es sólo representar, actuar y...