O61

61 8 2
                                    

Me removí en el asiento y abrí los ojos para estirarme, había dormido por un buen rato y un relámpago me había despertado. Miré por la ventanilla del avión, surcada por las gotas de lluvia, las nubes pasaban escuetas en un cielo completamente oscuro.

Sentí alivio y a la vez dolor. Por fin había llegado a Corea, estaba en casa de nuevo; y al comprenderlo, me sentí bastante lejos de mi corazón.

Dos horas después, el piloto anunció que aterrizaríamos por fin. Las luces de las ciudad brillaban con intensidad y desde arriba era bastante hermoso. Por supuesto, era de noche. Los pequeños puntos de luz se fueron haciendo más grandes conforme nos acercábamos a Tierra. Cuando el avión aterrizó, y bajé de éste, supe que ya no había vuelta atrás todo había acabado; aunque hubiera acabado mal. Fui por mis maletas y vi la hora en el reloj del aeropuerto de Corea. Eran las diez de la noche con cuarenta minutos. El vuelo había durado menos de las quince horas.

Salí al exterior, en donde el frío invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la ciudad, obligándome, a abotonarme la chaqueta. Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

—¿A dónde vamos?— preguntó el taxista habiendo subido mis maletas azules a su cajuela.

Le di mi dirección subiendo a la parte trasera del auto.

El taxi arrancó bajo la lluvia torrencial y me encogí de frío en el asiento. En este diciembre la temperatura estaba mucho más baja que en cualquier otro diciembre que yo haya recordado. El aliento salió de mi boca convirtiéndose en vapor instantáneo. Mis labios anhelaron algunos otros cálidos, su recuerdo vino a mi mente y ni siquiera me esforcé en bloquearlo, ya no tenía caso, ya no importaba, no tenía sentido.

Luego de media hora y ya pasada de la medianoche, por fin divisé mi calle y la casa que me pertenecía. Por fin, allí estaba mi hogar.

—Aquí es— le avisé al señor para que se detuviera.

Se estacionó cerca de la vereda y me ayudó con las maletas de nuevo. Subí rápidamente para tomar algo de dinero para pagarle y cuando me hube quedado solo por fin en mi casa, comprendí que así estaba, solo. No tenía padres y ahora no tenía mejor amigo.

No tenía sueño, pero sí estaba cansado. Me cambié de ropa y deseché la mojada en una canasta para lavarla al día siguiente, luego me arrimé a la ventana, con mi cabello aún mojado y una taza de chocolate caliente que me había preparado. Miraba cómo las gotas resbalaban por el vidrio y cómo la lluvia se hacía visible al atravesar la luz de la lámpara de la calle. Me sentí vacío y entonces comprendí, aquí no era a donde pertenecía; porque mi corazón se había quedado en Venecia, y el hogar está donde el corazón está. Pero, ya no importaba; estaba dispuesto a vivir sin corazón en lo que me quedara de vida.

Tenía que hacer de todo para mantenerme despierto durante el día, el dolor era bastante y eso ayudaba a que no tuviera descanso. Decidí desempacar, así gastaría tiempo hasta que fuera un poco más tarde; aunque seguro me tardaría más de dos horas en acomodar mis cosas.

Saqué primero toda mi ropa y la colgué de nuevo en el armario, eso me llevó un poco menos de una hora. Sentía sueño, pero no debía dormirme si quería adaptarme a este horario, así que opté por llamar a Seungkwan. Era mi amigo desde que empecé a trabajar en fotografía, lo había conocido y desde entonces, cuando alguna oportunidad se nos presentaba a alguno de los dos, allí estaba el otro apoyando.

Tecleé su número en móvil y esperé que sonara.

—¿Jihoon?— me preguntó meramente sorprendido.

—Hola, Kwan— dije.

—¿No sale costosa la llamada?

—Emm... no, no si llamas de la misma ciudad— dije.

𝗠𝗮𝗻𝘂𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𓂅  𝘫𝘪𝘤𝘩𝘦𝘰𝘭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora