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Lloré inconteniblemente sobre su hombro, porque me sentía solo, sentía que tarde o temprano así me quedaría. Solo.

Tardé unos minutos en recuperarme y vi cómo había empapado su camisa, produciendo en ella un manchón sobre su hombro.

—Perdón— murmuré mirando lo que había producido mi llorar.

—No te preocupes— me limpió con su pulgar una lágrima que caía por mi mejilla e inevitablemente me recordó a Seungcheol esta mañana.

Me quejé.

—No puedo creer que haya sucedido— musitó.

—Fue mi culpa.

—No— me contradijo firmemente —No sólo ha sido culpa tuya, Choi también es culpable, yo diría que más de la mitad de la culpa cae en él. ¿Por qué no lo evitó? Digo tú... estabas borracho, pero, ¿Él? Él estaba en sus cinco sentidos— meneó la cabeza en forma de reproche. Se quedó en silencio por un momento y luego pareció darse cuenta de otra cosa. Me miró —Pensé que odiabas el alcohol— musitó.

—Lo sigo odiando, Mingyu. Ahora más que nunca— siseé y luego gemí con dolor—. Pero es que la mente se me nubló y... fue la única estupidez que se me ocurrió para olvidar— admití.

—Prométeme que nunca más volverás a hacerlo— me pidió.

—En lo que me resta de vida— levanté la mano jurándolo.

Mingyu volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.

—¿Ya no hay vuelta atrás?— me miró congojado.

Negué con la cabeza baja.

—Me voy mañana en la mañana— murmuré.

—Seungcheol es un idiota— resopló—. No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.

—Es lo mejor, de todas maneras, ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.

—¿Le dirás a Jeonghan—- me preguntó, como no queriendo la cosa.

Me tembló la boca y la quijada al contestar.

—Tiene que saberlo— tomé aire—. Pero no estoy muy seguro de que cómo— bajé la mirada.

—Toda va a salir bien, Hoon— me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra —¿Te despedirás?

—¿De quién?

—De Wonwoo.

Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante.

—No me gustan las despedidas— musité con el dolor en mi voz.

—Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que te aprecia mucho.

—Pero me va a doler— dije.

—Y le va a doler más a él si no lo haces.

Suspiré.

—De acuerdo— acepté—. Ahora llévame a tu departamento, por favor— dije sobándome la cabeza que sentía explotar.

—Gracias— me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí —Toma, te ayudarán un poco— me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.

Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas.

Cuando llegamos y subimos, Mingyu me preparó una extraña malteada blanca.

—Tómatela— me dijo dándome el vaso y me hizo recordar la noche anterior, me recordó el cómo Hansol ponía frente a mí los vasitos con alcohol.

Lo miré receloso.

—Si algo he aprendido de mi tía, es a hacer remedios caseros para todo, anda— me instó—. Se te quitará ese horrible dolor de cabeza.

Le di un sorbo pequeño al vaso y luego, le abrí paso a uno más grande; hasta que divisé el fondo de cristal de aquel vaso.

Aquello no sabía tan mal.

—Perfecto— sonrió Mingyu —¿Qué vas a hacer ahora?

—Mis maletas— musité—. Entre más pronto termine todo, mejor.

Él suspiró con pesar, enterrando sus ojos en mí; luego, soltó una risita y meneó la cabeza.

—Tú te atreviste a hacer lo que nunca pude hacer yo— me dijo—. ¿Qué hubiera pasado si hubiese sido yo el que hubiera robado un beso de ti?— me preguntó.

—Supongo que no me estaría yendo ahora, además recuerda que ya me has robado uno— admití—. Pero dicen que las cosas suceden por alguna razón.

—Sí, ahora yo tengo a Wonwoo y...

—Y yo regreso a Corea— traté de sonreír.

Ambos nos quedamos en silencio.

—Me tengo que ir Mingyu— musité—. Gracias... por todo— dije desde lo más profundo de mi corazón.

—No agradezcas, para mí ha sido todo un placer conocerte, mi principessa— sonrió.

—No nos despidamos aún— dije—. Te veo más tarde— sonreí y salí de su apartamento hacia el mío.

Cuando me hube adentrado en él me dejé caer sobre el suelo y parecía como si las ganas de llorar no acabaran jamás.

Me levanté cansado, pero al menos evitando a toda costa derramar una gota más de agua. Me dirigí a mi habitación y saqué mi par de maletas negras que había traído conmigo, luego, comencé a llenarlas de ropa, objetos y todo lo que me pertenecía.

𝗠𝗮𝗻𝘂𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𓂅  𝘫𝘪𝘤𝘩𝘦𝘰𝘭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora