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Era la carta más sincera que jamás en la vida había escrito, sin embargo, la sentía insuficiente. Pero ya no me quedaba tiempo. Doblé el papel por la mitad y garabateé rápidamente el nombre de Jeonghan al frente, luego la coloqué sobre la mesa.

Fui por mis maletas y guardé el par de euros que aún me quedaban. Di una última mirada nostálgica al departamento y una lágrima se estrelló contra la alfombra del suelo. Dejé las llaves en la misma mesa en donde estaba la carta y luego salí por la puerta arrastrando mis maletas junto conmigo. Utilicé el ascensor y salí del edificio. Paré un taxi y le pedí que me llevara al aeropuerto.

Aún en la agonía misma de estarme yendo, sabiendo que la única familia que me quedaba tenía el corazón roto por culpa mía, no podía evitar pensar en él. Miré a través de la ventana del taxi y vi pasar las casas y calles, jamás volvería a verlas de nuevo, ni a él.

Me iba hasta el otro lado del mundo, pero dejaría mi corazón cerca de él. Seguro. Mientras más lo pensaba, más me dolía. Dejaría al amor de mi vida y renunciaría a él totalmente, porque era lo mejor.

Nunca pude dejar de quererlo, sencillamente porque lo amaba más de lo que me convenía. Era como redactar mi carta de despedida; como si al hacerlo, cada palabra que plasmaba me doliera cada vez más al acercarme al punto final.

No quería irme, partir de su lado era como tirarme de un precipicio o interponerme en el camino de un autobús en movimiento... o con menos dramatismo, era como quitarle el sentido al paso del tiempo.

Me dolía partir, por supuesto; pero era lo mejor que podía hacer después de todo. Me llevé la mano a mi mejilla izquierda, y me ardió con el recuerdo. La cara desencajada de dolor de Jeonghan se plasmó en mis pensamientos, sus lágrimas volvieron a verse en mi mente.

Mi corazón ya no palpitaba, podría hasta jurar que ya no estaba allí; pero podía sentir el dolor indescriptible y sabía que, aunque hecho pedazos, mi bombeador de sangre seguía allí.

Pude ver el aeropuerto a través del vidrio empañado por mis suspiros y supe que el tiempo se me había acabado más rápido. Pagué el taxi y le pedí que se quedara con el cambio, a fin de cuentas, a mí ya no me servía.

Me ayudó a bajar mis maletas de la cajuela del auto y luego las hice rodar sobre el pavimento hasta adentrarme al aeropuerto. Había llegado a la hora justa. Me senté en una de las bancas a esperar que los diez minutos que faltaban se pasaran rápido. Mientras veía a la gente ir y venir, Seungcheol volvió a mi pensamiento. ¿Vendría a buscarme y me pediría que no me fuera? ¿Me diría que me amaba con la misma intensidad que yo lo hacía? Me reí, burlándome de mí mismo. Esta no era una película con final feliz, Seungcheol no vendría; porque su lugar era a lado de Jeonghan.

𝗠𝗮𝗻𝘂𝗮𝗹 𝗱𝗲 𝗹𝗼 𝗽𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𓂅  𝘫𝘪𝘤𝘩𝘦𝘰𝘭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora