17. EL HOMBRE DE AMARILLO

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17. El hombre de amarillo.

 El hombre de amarillo

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Apretaba con una mano las sábanas vino tinto mientras que la otra sujetaba a Esme de la cadera mientras un gruñido y un gemido ronco escapaba de su garganta mientras la diosa que amaba, esa mujer que lo volvía completamente loco lo montaba, sus movimientos precisos, su interior estrecho, por dios, quería dominarla, quería hacerla suya de muchas maneras, pero por su "limitación" solo podía hacer pocas cosas.

La amaba, estaba total y completamente enamorado de ella.

De la manera en la que deja caer la cabeza mientras alcanza el orgasmo, de como tiembla contra su cuerpo, de esas constelaciones en su cadera a manera de pequeñas pecas, sus gruesos labios que eran su perdición.

Amaba todo de ella, la amó desde antes de saber que era exactamente el amor, la amó cuando fue adolescente y ella le enseñaba a luchar, la amó desde el momento en el que le ayudo, le presto atención y lo apoyó.

Ella fue quien se convirtió en su humanidad y su única debilidad.

Pero no era para nada una debilidad, Esme era fuerte, tan fuerte que era temido incluso por los más temidos villanos.

Ella era su todo en el futuro y al mismo tiempo su nada, pero ahora, ahora podía cambiar la historia y convertir ese nada en un cosmos de posibilidades.

Cuando su mujer alcanzo el orgasmo, se dejó caer sobre él, recargándose en su pecho y soltando un suspiro, él acarició ese cabello largo, ondulado y sedoso.

—Te quiero, te quiero muchísimo y creo que ya estoy lista para mudarme por completo—murmura besando su pecho y volviendo a recargar su cabeza en él, cerrando levemente los ojos—tú serás mi perdición, Harrison Wells

—Y tú serás la mía, Esme Callaghan —suspira rodeándola con sus brazos y disfrutando de la sensación de tenerla desnuda sobre su cuerpo.

De tenerla toda para él.

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Al abrir la puerta de su departamento para guardar el resto de sus cosas, lo primero que notó fue el olor abrumador de las rosas frescas que saturaban el aire de su pequeño apartamento.

Su corazón se detuvo por un momento cuando sus ojos captaron la vista de innumerables rosas rojas dispuestas por todas partes —sobre la mesa del comedor, los mostradores de la cocina, incluso en el sofá.

Instintivamente, Esme dio un paso atrás, una oleada de temor recorriéndola. Recordó de inmediato la figura imponente y enigmática del hombre de amarillo, cuya obsesión había comenzado a manifestarse de formas cada vez más inquietantes y personales.

No había duda en su mente que él era el responsable de este despliegue escalofriante.

Con manos temblorosas, comenzó a recoger las rosas, una por una, y a arrojarlas al contenedor de basura. Cada tallo que descartaba era como intentar desechar un poco del miedo que sentía, pero el acto de tirar las flores no hacía nada para calmar el temblor persistente de sus manos ni la sensación de estar siendo vigilada.

ECHO| Eobard ThawneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora