EPILOGO

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Esme estaba sentada frente a la celda de contención que mantenía prisionero a Eobard Thawne. La tenue luz de las paredes metálicas proyectaba sombras suaves sobre el suelo frío, el único sonido era el zumbido bajo de la energía que contenía al hombre más peligroso que había conocido.

Suspiró profundamente, cruzando los brazos sobre su pecho mientras lo observaba en silencio, sus pensamientos inundados por el pasado.

Habían pasado años desde la última vez que se vieron. Años llenos de enfrentamientos en diferentes tierras, de universos alternos y cambios temporales. Habían pasado tantas cosas desde aquel día en el acelerador de partículas, desde aquella última promesa rota entre ellos. Eobard siempre volvía, y esta vez no había sido diferente.

El hombre que había destrozado su vida, el hombre que la había amado de manera obsesiva y retorcida, estaba de nuevo ante ella. Solo que ahora, la diferencia era que él estaba atrapado. Y esta vez, no había escapatoria.

A pesar de todo lo que había sucedido, su vida había mejorado. Esme había logrado recuperar a Cisco, su hermano del alma. Los roces con su familia, especialmente con Aaron, se habían suavizado. Los rencores que alguna vez amenazaron con consumirla habían comenzado a disiparse. Y, por primera vez en mucho tiempo, había empezado a sentir que las piezas de su vida finalmente estaban en su lugar.

La paz que tanto había anhelado empezaba a hacerse tangible.

Pero entonces, como siempre, Eobard había regresado. No para destruir ciudades ni para arruinar líneas temporales esta vez, sino simplemente para atormentarla.

—Él solo quiere verte, Esme —le había dicho Barry unos días antes, con una mezcla de preocupación y advertencia en su voz—. Pero no voy a permitirlo. No después de todo lo que te hizo.

Esme entendía la preocupación de Barry. Él también había sufrido a manos de Eobard, y más que nadie, sabía lo peligroso que era dejarlo acercarse a ella. Pero, por alguna razón, Esme había sentido la necesidad de ver a Eobard. No por él, sino por ella misma.

Necesitaba saber si la herida que él había dejado había sanado, si todo el dolor, la rabia, el caos que él había sembrado en su vida había terminado realmente.

—Déjame verlo, Barry —le había dicho con una calma que sorprendió incluso a ella—. No por él. Lo necesito por mí.

Barry había cedido finalmente, aunque no sin recelo. Nadie entendía del todo lo que había entre Esme y Eobard, ni siquiera ella misma. Pero hoy, frente a esa celda, sentía que estaba a punto de averiguarlo.

Dentro de la prisión, Eobard se movía en el rincón más oscuro, su figura apenas visible bajo la luz parpadeante. Aunque parecía desgastado por el tiempo y las batallas, había algo inmutable en él, una especie de fuerza que no se extinguía, una determinación fría e implacable.

ECHO| Eobard ThawneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora