25. LAS LAGRIMAS DE UNA DIOSA

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El ambiente en los pasillos del laboratorio STAR estaba lleno de tensión. El eco de pasos apagados y murmullos lejanos se mezclaba con el constante pitido de las máquinas que monitoreaban el estado de Cisco. El silencio pesaba como una losa de concreto en cada rincón, pero en la habitación donde él yacía, inmóvil, el silencio era absoluto, sofocante.

Esme estaba sentada al lado de la cama de Cisco, su cuerpo inmóvil como una estatua tallada en mármol, salvo por la lenta respiración que la mantenía conectada al mundo. Casi una semana había pasado desde el ataque brutal del Flash Reverso, y cada día, cada hora, había sido una tortura silenciosa para ella. No se había apartado de su lado ni un segundo, vigilando su sueño sin fin, esperando cualquier señal de vida, una señal de que su amigo regresaría.

Pero nada llegaba. Nada, salvo el implacable peso de la culpa y la devastación.

Sus ojos, antes brillantes y llenos de vida, se veían apagados, vacíos. Oscuras ojeras marcaban su rostro como cicatrices de una batalla interna que no había ganado. Su piel, pálida y enferma, casi traslúcida, era la manifestación física de una verdad más profunda: su poder, el poder de una diosa completa, se estaba consumiendo lentamente, agotado por el precio que había pagado.

Cuando las lágrimas de Esme cayeron tras el ataque de Flash Reverso, algo había cambiado. La ira y el dolor intensos, desgarradores, se habían mezclado con su divinidad, y, sin quererlo, había desatado una consecuencia fatal: el regreso de las antiguas armas divinas a su familia, restaurando su poder y el de los otros dioses.

Pero ese acto, ese sacrificio, había cobrado un precio alto. Aunque su cuerpo seguía en pie, su esencia se debilitaba con cada segundo que pasaba.

Una leve vibración de energía rodeaba a Esme, casi invisible, pero tangible para cualquiera que intentara acercarse. Era un campo protector inconsciente, una burbuja de desesperación y agotamiento que repelía cualquier contacto. Barry había intentado en vano acercarse varias veces, preocupado por ella, pero el campo lo rechazaba suavemente, como un escudo de energía que la aislaba de todos.

No podían consolarla. Nadie podía traspasar esa barrera creada por el dolor.

Esme miraba a Cisco con una mirada ausente, como si intentara forzar una conexión, como si su sola voluntad pudiera despertarlo. Había un vacío en su pecho que no podía llenarse. Sabía que debía descansar, que su energía estaba al borde del colapso, pero el simple hecho de pensar en alejarse era insoportable.

De repente, un leve zumbido de energía crepitó en el aire, y Esme cerró los ojos, tratando de calmar las corrientes divinas que intentaban salir de su cuerpo. La habitación se estremeció levemente, y el campo protector brilló por un momento antes de desvanecerse de nuevo. Los ojos de Esme, aún cerrados, dejaron escapar una única lágrima que rodó por su mejilla antes de evaporarse en el aire, llevándose consigo el último vestigio de su energía restante.

ECHO| Eobard ThawneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora