Reminiscencia

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A quién dices tu secreto, das tu libertad.

─Calisto y Melibea

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Entonces vio como se alejaba del castillo, dejando un rastro carmesí tras de sí, con pequeños toques de rocío, lágrimas que escaparon de sus mejillas. Lágrimas de desesperación. lágrimas de dolor. Lágrimas de terror. Lágrimas de un amor que nunca pudo ser.

Esas mismas lágrimas se escapaban por las mejillas de un joven delfox, que observaba un punto azul alejarse cada vez más, cada vez más lejos.

Lejos de su alcance.

Todo se volvió borroso y ahí comprendió que jamás le volvería a ver. Sus años juntos, su historia, había desaparecido y de la peor manera posible. Todo era su culpa. Se maldijo una y otra vez y se recluyó en su habitación para leer, los libros siempre fueron su refugio cuando todo iba mal.

Los días pasaban. Titania llamaba todos los días a la hora de comer a su puerta para llevarle la comida y pedirle que volviese a construir mimikius. Los necesitaban para combatir la corrupción. Él se negó, no se encontraba de humor, ni siquiera tenía fuerzas para seguir leyendo. Todo le recordaba a él, sobre todo esos dichosos muñecos. Pronto todo se convirtió en penumbra. Los días ya no pasaban, porque la luz del Sol no se volvió a posar sobre su piel. Todo era una noche eterna, pero sin la luna para acompañarle.

Una noche Titania llegó llorando a por él, pero no podía ni escucharla.

Titania: ¡Por favor, Bel! ¡Sin los mimikius no podremos seguir frenando la oscuridad! ¡Está devorándolo todo! Las flores sangran, las frutas están podridas por dentro y Brann... Brann está actuando... Solo ayúdanos... por favor... todo lo que toca la corrupción no vuelve a ser igual, se transforma dolorosamente y se vuelve de dentro hacia afuera.

La figura esbelta de Titania se vio alterada, con la cara arrugada y llena de lágrimas que surcaban sus mofletes de mármol no paraba de suplicarle. Esto estaba mal. Terriblemente mal. Pero, él no podía seguir haciendo más soldados, más soldados de carne que fuesen sacrificados por el bienestar del resto del bosque, para saciar el pozo sin fondo. Al menos, ya no podía después de haber visto la mirada de terror, desesperación y asco de Rim, a quién amaba más que a nadie. 

Sin embargo, sintió pena por la reina, que buscaba desesperada salvar a todos sus queridos y amados súbditos y le tendió un libro negro con hilos rojos. Al pasar las páginas los hilos reemplazaban las letras. La reina pasó desvelada dos días seguidos leyendo el libro sin parar y otros dos decidiendo qué hacer con la información que se encontraba en él. 

En el último de esos dos días su hija cayó presa de esa enfermedad y sin dudarlo un instante y lamentándose de no haber reaccionado antes, escribió una carta y la mandó presta al hogar del único que podía auxiliarla entonces, Elías.

La oscuridad más profunda

se disipa con la más leve de las luces,

¡oh! guerrero, tu arma desenfunda,

y a la oscuridad ganaremos con creces.

Se adentraron al hogar del mal valerosamente buscando acabar con el corazón azabache del demonio que turbaba el ánimo de las gentes de todo el bosque. Había grandes peligros acechando las profundidades de la caverna, mas presto llegaron a lo más profundo. 

Sin embargo, la felicidad duró poco, pues Elías, el héroe, cayó frente a la oscuridad. Pero no se rindieron, uno tras otro la enfrentó conociendo aciago destino y sus ojos se cubrieron de niebla y sus jóvenes miembros perdían vigor. 

Cómo debe serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora