Había pasado un mes, las agencias seguían investigando pero con menos horas y menos esperanzas.
Ambrosius había salido del hospital hacía mucho, pero solo físicamente, el verdadero Ambrosius seguía en ese sofá con su pareja debajo de el, momentos antes de aquel paquete y aquella condena.
Seguía la investigación pero no conseguía entender lo que le decían, solo sabía que Ballister no aparecía.
De vez en cuando hablaba con Nimona, y Glorieth solía desaparecer una vez o dos, e incluso tres veces a la semana.
Ambrosius no iba a trabajar y apenas comía.
Ya no conducía, hasta hoy.
No había podido aguantar más, quería saber algo, ¿porque había sido ahí?
Conducio y condució, hasta que por fin llegó a esa casa donde lo habían secuestrado.
Dentro todo estaba parado en el tiempo, y casi vomito, parecía que lo que una vez había sido una bonita cortina, ahora era un harapo cubierto de sangre medio arrancado de su barra.
Trozos de cristal que habían perdurado junto a la ventana eran testigos de algo que no quería ni imaginar.
Lo que había sido una bonita cocina estaba cubierta de polvo, con latas de cerveza tiradas y comida que había caducado hacia ya mucho tiempo.
En una de las pocas estanterías había libros olvidados, para cocinar mayoritariamente, y abajo no había nada que ver.
Las escaleras estaban cubiertas por una moqueta gris al igual que toda la planta superior, habían tres habitaciones.
El único baño estaba sucio y las arañas y otros insectos habían construido su hogar ahí.
La siguiente habitación tenía una cama pequeña, reconocío las pegatinas con forma de estrella en el techo porque recordaba haber tenido las mismas de niño, un escritorio tenía una mochila pequeña, repleta de colores y papeles.
La última habitación era la más grande, en una esquina usando el menor espacio posible había una cama matrimonial y el resto de la estancia estaba ocupada por un gran escritorio y varias estanterias.
Cada una tenía libros en los que los títulos ya no se leían por el tiempo, una vitrina vacía y lo que más le llamo la atención fue el fajo de fotos escondido entre los libros.
La primera foto tenía a una mujer hermosa, con un pequeño niño recién nacido.
La segunda parecía ser unos meses después otra vez la misma mujer y el mismo niño.
La tercera ya era de unos años más tarde la misma mujer estaba en cuclillas para estar a la misma altura de un niño, ya con unos 3 años.
Creía conocerlo.
Todas las fotos eran así en distintos escenarios y distintas fechas y edades pero siempre la misma mujer y el mismo niño.
Y no fue hasta la ultima foto que se dio cuenta de quién eran estas personas, quien había vivido en esa casa, quien había dormido en esa pequeña cama, quien había usado esa preciosa cocina y de quien era esa cerveza.
La última foto tenía escrito en la parte de atrás.
3 horas para el final.
Y en ella había un niño en los brazos de la misma mujer y junto a ellos el hombre que lo había traído aquí y que se había llevado a Ballister.
Ballister, su madre y su padre.
Dejo las fotos donde las había encontrado y sin poder pensar correctamente reviso el gran escritorio de algarrobo que reposaba en el centro de la habitación.
Casi se desmaya, pero, si lo que había valía de algo.
Encontrarían a Ballister.
Eran identificaciónes viejas
La mujer de las fotos, la madre de Ballister.
Valerin Boldheart.
Y su padre.
Michael Blackheart
Había un cuaderno de cuero, lleno de dibujos y firmados por la misma Valerin.
Y en las ultimas páginas un plan de huida, y cada detalle sobre la gente que iba a ayudarlos.
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•In Your Arms•
FanfictionDurante toda su vida solo había tenido 2 reglas. -No dejar a Nimona cometer un crimen -No dejarse engañar por ningún alfa. Eran simples reglas muy fáciles de seguir Solo había un pequeño obstáculo, un obstáculo con nombre y apellido.