El fuego crepitaba en medio del profundo silencio que los envolvía. Arian se encogió en el reconfortante abrazo de su madre y extendió las manos hacia el frente para recibir un poco de calor. Era un invierno cruel, su quinto invierno, pero el único que seguramente recordaría con claridad. Así como tantas otras cosas: la sensación del cálido viento acariciándole la piel mientras corría, la frescura del agua del ahora muerto río en el que solía bañarse; el dulce aroma de una tarta de manzanas con canela y el sabor bailándole en la lengua... Pero sobre todo las risas de los niños que hoy, al igual que él, no podían hacer más que encogerse en los regazos de sus madres, rezando a la diosa por no ser vistos. Nadie deseaba serlo, tampoco Arian.
Era doloroso, casi insoportable, y pocos lograban sobrevivir.
Arian no estaba seguro de cuándo empezó. Sin embargo, tenía la ligera sensación de que fue siempre de ese modo. En los rincones más alejados de su memoria, las imágenes se agitaba como queriéndole decir alguna cosa, que recordara. ¿Pero qué debía recordar? Su vida había sido perfecta hasta que ellos aparecieron para destruirlo todo. Una noche prendieron fuego a Ivory Peaks y este nunca más se apagó. Ni siquiera durante el duro invierno.
Por el rabillo del ojo, Arian vio cómo las pocas familias que aún quedaba, todas compuestas por mujeres y sus pequeños hijos, compartían pan y sopa de fideos. Uno de los niños la derramó sin querer; el silencio se volvió incluso más pesado cuando este empezó a sollozar, disculpándose. Antes de que la mujer que lo sostenía pudiera pronunciar palabra, fue arrebatado de su seno y arrojado con violencia hacia el frente.
Sus ojos horrorizados miraron hacia arriba y él tragó con aspereza antes de abrir la boca. Una potente bofetada le hizo girar el rostro y un hilo de sangre se deslizó desde su labio hacia el mentón, continuó y goteó sobre la nieve, manchándola de rojo. Arian se estremeció aún más, casi enterrándose en el costado de su madre.
—¡Lámelo! —ordenó el hombre.
Cuando el pequeño titubeó, enredó los dedos en su cabellera nívea y lo arrastró hacia los pies de la mujer, que sollozaba silenciosa, apenas conteniéndose para no suplicar por él. De hacerlo, sin embargo, el castigo habría sido peor.
»¡Que lo lamas, perro!
Arian jadeó cuando el niño sacó se inclinó un poco más, sacó la lengua y obedeció. Estuvo seguro de que jamás olvidaría la impotencia reflejada en sus ojos, que se mezclaba con el miedo y el dolor. ¿Cómo podían ser tan desalmados con sus propios hijos? No lograba comprender. Sin embargo, tuvo que recordar que su propio padre no lo amaba y la única razón por la que lo mantenía con vida era su madre. Sin su intervención, él había terminado igual que tantos otros... Muchos de ellos, a los que jamás pudo llamar sus hermanos.
De repente, un par de suaves manos, tan cálidas como una brisa veraniega, lo sostuvieron por las mejillas. Segundos después, Arian se encontró contemplando la inmensidad helada de los ojos de su madre.
La sonrisa de Aine logró tranquilizar el tamborileo errático de su corazón. Arian respiró profundo antes de devolverle el gesto; ella le acarició la mejilla con el dorso de la mano y le presionó la nariz con el dedo índice. Sus uñas eran largas pese a la fragilidad y parecían hechas con el mismo hielo que había congelado Ivory Peaks por completo.
—¿Bien? —preguntó.
Su voz era un murmullo delicado, que le recordaba a un ruiseñor. Arian se cuestionó cómo lograba mantenerse tan digna incluso en medio de sus circunstancias.
—Bi-bien —murmuró.
—Qué bueno. —Le tendió el pan, sin dejar de sonreírle—. Toma, cómelo todo.
—Pe-pero...
—Vamos, hazlo por mami, ¿sí? Además, me llené con la sopa.
—La-la so-sopa sabe ho-horrible.
—Y por eso me la comí. —Le guiñó un ojo—. Además, este pan es especial, sabes.
—¿Po-por qué?
—Bueno... —Miró hacia los lados, se inclinó hacia él y susurró alegre—: Le pedí a Heartless un poco de canela y una manzana... Todavía no es tu tarta favorita, pero sabe bien.
Desconfiado, Arian lo tomó y se lo llevó a la nariz. Aunque casi imperceptible, reconoció el dulce y cálido aroma, que ensanchó su sonrisa. Pero se desvaneció al recordar lo que seguramente debió de hacer su madre para obtenerlo. ¿Cómo podría ser feliz a costa de su dolor?
—Nnno... no quiero —respondió devolviéndoselo.
Los ojos de Aine se inundaron de una profunda tristeza. Arian se llenó de culpa. ¿Realmente estaba despreciando sus esfuerzos? Con un suspiro, volvió a tomarlo y se lo llevó a los labios. Le dio un mordisco y tragó después de apenas masticarlo.
»Ri-rico...
—¡¿Verdad?! —Aine se llevó las manos a la boca y volvió a mirar hacia los lados. Suspiró y continuó en tono bajo—: Mañana le pediré algo de carne. Estás tan delgado...
—Nnno, estoy...
—Necesitas carne y eso no está en discusión.
—Te-te las-lastimará...
Pudo ver cómo su madre tragaba con aspereza y se frotaba las muñecas con disimulo antes de volver a su enorme sonrisa fingida y negar con fuerza.
—Claro que no, Heartless...
—E-es malo. ¡Te-te las-las-lastimará!
Aine abrió la boca. Una voz profunda resonó por encima del crepitar de la fogata y las respiraciones pesadas de las madres con sus hijos.
—¡Silencio! ¡A dormir! —Una mano enorme apretó el hombro de Aine y continuó con burla—: Princesa pálida, el Beta quiere verte.
El horror en los ojos de su madre fue tan fugaz que Arian creyó haberlo imaginado. Pero en cuanto se levantó temblorosa y le dedicó una mirada, la misma con la que le suplicaba que fuera bueno, comprendió que no lo había hecho. Nunca lo hacía, en realidad. No era estúpido ni un soñador, sino demasiado consciente del infierno en el que fueron lanzados por la manada de Crimson Lake. Y la aborreció más que antes: a ese maldito pueblo, a su Alfa y sobre todas las cosas al Beta, su padre.
Un día, se juró, cuando fuera lo bastante grande, mataría con sus propias manos a Blake, Heartless, Blackheart. Y Crimson Lake ardería junto con su cuerpo desangrado.
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Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 edición
Romance☜❤☞【2𝓭𝓪 𝓮𝓭𝓲𝓬𝓲ó𝓷】☜❤☞ ¿Es posible vivir sin la mitad del alma? A sus treinta años Rhys Badmoon no conoce la respuesta. Incluso si continúa esperando ser bendecido por la diosa, desde que lo apartaron de la única persona que alguna vez amó, en...