CAPÍTULO 24

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Waning Woods era un terreno lúgubre, que parecía sacado de las peores pesadillas de un condenado. La oscuridad de la noche solo se veía interrumpida por el parpadeo de estrellas lejanas, y los árboles, que en otro tiempo fueron tan altos como robustos, no eran más que siluetas negras contra el cielo, con sus ramas desnudas extendidas igual que dedos esqueléticos.

Las cabañas, que una vez estuvieron llenas de vida, ahora permanecían abandonadas y en ruinas. Los ventanales se encontraban rotos, las puertas colgaban de sus bisagras y el tejado había cedido en varios lugares. El humo ya no salía de las chimeneas. El bosque, en el que antes reinaba el sonido de la vida, estaba ahora silencioso, salvo por el susurro del viento entre los árboles desnudos.

El lago, que en algún momento reflejó el azul del cielo así como el verde de los árboles, yacía en penumbra, y las flores que bordeaban sus orillas se habían marchitado. Sin la luz de la luna, el agua era un espejo negro que reflejaba la oscuridad.

A pesar de la devastación, Rhys encontró una triste belleza en el antiguo territorio de los zorros de fuego. Como un recordatorio de la impermanencia de todas las cosas, un monumento a un tiempo y a un pueblo que ya no existían. No pudo evitar cuestionarse qué habría sucedido si Kellan no hubiera decidido exterminarlos para expandir su propio domino. ¿Continuaría prosperando o terminarían desapareciendo de forma irremediable? A estas alturas, ya no importaba. El daño estaba hecho y nada en el mundo lograría revertirlo.

Mientras avanzaba por el lugar, evitando fijarse en los cráneos de los zorros que aún la maleza no escondía en su totalidad, apretó la pequeña mano de Arian para reconfortarlo. Aunque en un principio consideró no llevarlo consigo en la inesperada excursión, terminó haciéndolo cuando se quedó sin alternativas. Nadie podría protegerlo en su ausencia, y no tenía garantías de que su padre no intentase usarlo en su contra. No se atrevería a dañar a Rhian mientras ella no firmara los papeles del traspaso de propiedad; pero Arian... Era su mayor debilidad, cosa que todo Crimson Lake sabía, incluso si él no lograba descifrar los motivos.

Fue por ello por lo que, cuando cayó la noche y las luces del pueblo se apagaron, se escabulló de su propia casa para ir a buscarlo. No necesitó llamar a la ventana, lo encontró tendido en la puerta, encogido sobre su cuerpo igual que un perro abandonado, temblando de frío. Su corazón se rompió; no obstante, se armó de fuerza y le tocó el hombro para despertarlo, no sin antes prometerse que se encargaría de Blake en persona.

Los ojos de Arian se habían iluminado al verlo. Por un segundo, Rhys se sintió atrapado en sus profundidades heladas, y consideró que no necesitaba de la luna llena si ellos siempre lo contemplaban con aquel sentimiento al que ninguno sabía darle nombre. Tras indicarle que hiciera silencio y un asentimiento de cabeza, lo tomó de la mano y abandonó el pueblo. No hizo falta eludir a los vigilantes, ya que era la noche de Ozara y su grupo, de modo que el hombre los distrajo para que pudieran escabullirse.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora