CAPÍTULO 10

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La ligera brisa de la tarde sopló, moviéndole el cabello que había crecido nuevamente. Kean, Bloody, Badmoon se sorprendió a sí mismo contemplando los ojos azul hielo de Arian, que se traslucían bajo la luz de sol. Eran casi tan hermosos como su sonrisa. Esa maldita sonrisa... De forma inconsciente, Kean apretó la mano, simulando romper el cristal. Era lo que deseaba hacer con ella: destrozarla hasta que no hubiera rastro y luego, cuando aquellos ojos no pudieran mirar a nadie más que él, rehacerla.

Arian sonreía, sin importar las circunstancias, pero nunca para él. Y lo aborreció por ello, aunque no tanto como a Rhys. ¿Por qué debía quedarse siempre con las cosas buenas?: su lugar como Heredero Alfa, el respeto y la admiración de la manada, el cariño de Cedric, la lealtad de Ozara... El amor de una madre. Sobre todo eso. Incluso si tenía prohibido verla, salvo en ocasiones especiales, contaba con ese amor incondicional del que todos hablaban; pero él nunca experimentó.

¿Afecto? Desconocía el significado. Su padre no lo consideraba digno, mientras que para su madre no era otra cosa que un medio para un fin. Su herramienta favorita, con la cual podía obtener favores y manipular a su compañero. Si se sinceraba, Kean no pensaba que lo fueran. ¿Cómo podrían ser almas destinadas? ¿Ellos, que apenas se veían a los ojos sin desear matarse?

Helen solía decirle que hubo un tiempo en el que se amaron. Kean dudaba que su padre tuviera la capacidad de hacerlo. Era aún más despiadado que Blake, y solo lo movía una cosa: la ambición.

Al considerarlo de ese modo, le halló sentido a su predilección por Rhys. Era un lobo rojo gigante, el último para ser exactos, y un prodigio. Su bestia interior tenía un instinto asesino que superaba con creces el de cualquiera de ellos y el poder para hacer cambiar de piel a cualquier cambiaformas lobo, perteneciera o no a su manada. Por lo tanto, Kellan había depositado todas sus esperanzas en él: si lograba moldearlo a su antojo, lo utilizaría como un arma. Igual que un villano de caricatura; Kean podía imaginarlo reír.

Le deseaba suerte con eso. Estaba seguro de que se desataría el Apocalipsis antes de que Rhys se deshiciera de su corazón blando para convenirse en una máquina de matar. En cambio él... ¿Por qué su padre no se daba cuenta de que estaba dispuesto? Haría cualquier cosa para agradarle, lo había hecho ya, vez tras vez, sin descanso...

«Vete a la mierda, papá». Aquel pensamiento resonó en su mente, sin que pudiera detenerlo. Después, Kean se encontró dándole la razón. Lo sabía bien, hiciera lo que hiciera, no sería suficiente para Kellan, tampoco para Helen. «Vete a la mierda, mamá».

Arian se llevó detrás de la oreja el cabello que le estorbaba en el rostro, sin perder aquella sonrisa. Era como un hada del invierno, pálido y precioso, sin ninguna imperfección.

Kean desvió la vista hacia sus manos lastimadas. Pese que dejaron de sangrar una hora antes, las heridas no se curaban. Estuvo seguro de que habría cicatrices sobre sus antiguas cicatrices. Aquel pensamiento lo hizo sonreír, al mismo tiempo que se trazaba una con el dedo. Presionó, reavivando el dolor. Jamás perdió el gesto en sus labios.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora