CAPÍTULO 16

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Kean se mantuvo inmóvil junto a Blake, con la cabeza en alto y la mirada fija en los ojos de su padre mientras este los instruía sobre cómo debían comportarse en su ausencia. Si bien oía cada palabra, no prestó especial atención a ninguna. Su mente se encontraba inmersa en sus propios dilemas, atormentándolo con pensamientos intrusivos que comenzaban a desesperarlos tanto a él como a su lobo interior. Pero sobre todo, no podía dejar de preguntarse «por qué».

Si era el hijo de la verdadera compañera de su padre y por lo tanto el legítimo Heredero Alfa, ¿por qué era Rhys el único que disfrutaba de los beneficios? Reconocimiento, admiración y lealtad; cariño... No le bastaba con tener formación especial en áreas con las que a él ni siquiera le estaba permitido soñar, sino que también ahora servía como embajador del Alfa y estaba a punto de emprender un viaje con este para afianzar lazos con una de las manadas vecinas.

Lo lobos de Dark Valley eran reconocidos no solo por su salvajismo, sino también por su espiritualidad. Había algo en ellos que los hacía especiales, y Kellan deseaba poseerlo. Lo haría de un modo u otro, en realidad; sin embargo, por consejo de Cedric, había elegido la diplomacia.

Su primo insistió en que no todas las guerras se ganaban derramando sangre. Según sus palabras, podría obtener mejores resultados desde el respeto en lugar del habitual temor. Kean se había reído entre dientes al escucharlo, desde su perspectiva, el temor debía prevalecer sobre todas las cosas, pues era lo que garantizaba el poder. El miedo los había convertido en una de las manadas más importantes del país y ese mismo sentimiento los haría dominar el mundo. Sin embargo, su padre había aceptado las palabras de su sobrino con un asentimiento de cabeza y luego, para su asombro, declaró que Rhys lo acompañaría.

«Con esto empieza su adiestramiento como futuro líder», declaró sin siquiera mirar en su dirección, haciéndolo sentir... pequeño e inútil. En ese instante, mientras se debatía entre la furia y el dolor, Kean pensó que debería ser él quien estuviera junto a su padre para recibir aquella formación, pues poseía lo necesario. ¿Qué podría saber Rhys sobre gobernar? ¡No era otra cosa que un blandengue sin carácter! Él, en cambio... Si su padre se lo permitiera, le entregaría las cabezas del Alfa y el Beta de Dark Valley e incendiaría el pueblo en su honor.

Por supuesto, aquello jamás sucedería. Porque no era «el primogénito» y estaba destinado a ser la sombra de su medio hermano. Por siempre, para siempre, de forma irremediable... Lo aborreció por ello, aunque no más que a su madre. Helen le había prometido que heredaría todo, que lideraría Crimson Lake. Lo hizo sufrir cada día —con sus interminables horas, minutos y segundos— en nombre de un sueño inútil que jamás se cumpliría. ¡Había llorado y sangrado hasta desmayarse por su culpa, debido a su látigo, por nada!

La maldijo tanto que se quedó sin palabras. Asimismo, se alegró más que nunca de haberla matado. Aún podía escuchar los susurros ásperos implorando misericordia y ver el horror en sus ojos mientras era destrozada. Kean nunca se sintió tan libre, complacido y feliz. Había descargado su amargura y el enojo en la fuente de sus desgracias. Lo volvería a hacer si se le diera la oportunidad: desfigurar aquel repugnante rostro que solo sabía fingir amor ante los demás, pero a él le mostraba su enojo. Quebrar los dedos que lo lastimaban sin piedad... Incluso volvería abrirle las asquerosas piernas para que las plagas y los carroñeros se cogieran su cadáver frígido.

Su padre había hecho bien en llamarlos «Bloody» a él y a su lobo, pues eso eran exactamente. Un monstruo cubierto de sangre, cuyo corazón fue obligado a comerse. No quedaba nada en su interior, ni una cosa, salvo quizás el infierno que lo consumía y el cual era al mismo tiempo su mayor motivación.

Mientras pensaba en ello, divisó a Arian por el rabillo del ojo. Aunque se encontraba lo bastante lejos para no interferir en los acontecimientos, no tanto para no ser visto por Rhys, quien no había despegado de él su atención. Parecía protegerlo en la distancia, como un perro guardián. Kean no necesitaba ser un genio para comprender las razones; pero incluso si no lo hubiera descubierto por sí mismo, logró obtener la información por medio de una charla que nunca debió haber escuchado. Y aquel descubrimiento lo hizo odiarlo en mayor medida, no supo que fuera posible hasta entonces, ¿por qué era Rhys el favorecido por los dioses?

Estúpidamente, había creído que con el tiempo su extraña fascinación por Arian cobraría sentido hasta revelar el deseo de su corazón. En cambio, lo que obtuvo fue la dolorosa confirmación de que jamás ocurriría; no como él lo deseaba, y lloró con amargura durante toda una noche. Luego, con la salida del sol también apareció la lucidez: no necesitaba del destino ni de un vínculo de sangre que los uniera, pues ya lo estaban en su corazón. Arian era suyo, lo sería sin importar el costo. Él era lo único a lo que no estaba dispuesto a renunciar en nombre de Rhys. Su hermano el especial podía quedarse la manada y el liderazgo, el amor, el respeto y la lealtad, ¡todo! No le importaba. Siempre que Arian, Snow, Blackheart...

No logró detener a tiempo la sonrisa de satisfacción que se le formó en los labios, la cual no pasó desapercibida para Rhys. Confundido, él le frunció el ceño a la vez que ladeaba la cabeza. Kean la ensanchó adrede y murmuró «buen viaje», luego le dio la espalda y se dirigió hacia el pueblo.

«Es solo cuestión de tiempo —se dijo—. Tic-tac. Tic-tac».


LISTA DE REPRODUCCIÓN DE KEAN [ACTUALIZADA]:

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Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora