CAPÍTULO 30

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Arian contempló la delgada figura en el espejo. El cabello le caía sobre los hombros, cubriéndolos como finas hebras de plata que, de no ser por las marcas rojizas, se habrían confundido con su piel. La mano le tembló al acariciar una de ellas, aunque en realidad no importaba cuál, eligió la mordedura de la clavícula. Con suerte podría ocultarla bajo la camisa que ya no le quedaba bien. Al deslizar las ásperas puntas de sus dedos por ella, se le llenaron los ojos de lágrimas, que le resultaba imposible derramar. Si bien creía haberse vaciado por completo hacía años, realmente lo había hecho durante el compromiso de Rhys. Al menos antes, siendo tan tonto, pensaba que tenía algo a lo que aferrarse; ahora, no le quedaba ni una cosa.

Nada en absoluto, ni siquiera su humanidad. Kean se había encargado de despojarlo de ella durante esos tres años.

Se llevó la mano al rostro y se acarició las ojeras. Eran dos manchas enormes, oscuras e hinchadas que no habían desaparecido en los últimos meses. Se preguntó si Rhys las notaría; en ese caso, ¿qué debía hacer? No deseaba convertirse en otra de sus preocupaciones, sobre todo ahora que el peso de la manada había empezado a recaer con más fuerza sobre sus hombros. Las responsabilidades no habían hecho más que incrementarse, y pronto abandonaría el pueblo para ir a la universidad. Arian aún no entendía cómo Cedric consiguió que Kellan aceptara; sin embargo, en lugar de alegrarse, su corazón se marchitó un poco más al darse cuenta de que una vez que Rhys se hubiera ido definitivamente, nada podría impedir que Kean...

Se sintió terrible por haber sido tan egoísta y anheló poder llorar por ello. Sus lágrimas, no obstante, continuaban negándose a salir. Estaba muerto de alguna manera, solo los dioses sabían cómo conseguía mantenerse en pie.

«Deberíamos decírselo», volvió a murmurar su lobo.

Arian sacudió la cabeza en señal de negación. Si Rhys se enteraba, atacaría a su hermano hasta acabar con él, dándole a Kellan razones para hacer mucho más que expulsarlo. La muerte sería su destino; ¿cómo podría soportar el peso de su conciencia? Por otra parte, Kean había conseguido una cámara con la que empezó a hacerle fotos y a grabarlo en sus peores momentos. Ahora lo amenazaba, diciéndole que si se atrevía a denunciarlo, desenmascararía su vergüenza ante todo Crimson Lake. La idea de verse expuesto y las consecuencias que ello acarrearía lo forzaron a detenerse. Decidió que elegiría ser un cobarde si eso significaba preservar la poca integridad que le quedaba.

Su corazón se apretó un poco, haciéndolo suspirar. Nuevamente, deseaba la muerte y, una vez más, era demasiado débil para intentarlo. Aunque tal vez, se dijo, lo único que lo mantenía anclado a la vida era esa persona... a la que amaba con cada pequeño fragmento de su alma. Ahora lo sabía: Rhys no era para él un simple amigo, sino la persona con la que anhelaba compartir su desgraciada existencia hasta el final. Su «esposo con amor» a quien nunca podría confesar sus sentimientos, pues Brighan* no había enlazado sus destinos; en cambio,  eligió a Tayen en su lugar. Recordar esto fue como encender un fuego en su interior que, lejos de alentarlo, consumió su última esperanza.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora