CAPÍTULO 17 PARTE I

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Rhys le pidió que hiciera amigos. Si bien Arian intentó cumplir con la promesa que le hizo, luego de dos meses de rechazos continuos terminó rindiéndose... otra vez. ¿Qué sentido tenía? Para la manada de Crimson Lake no era nada más que un indeseable, el hijo bastardo del monstruo que los torturaba día tras día, sin piedad, e incluso disfrutaba su dolor. ¿Quién en su sano juicio querría acercársele? Desde sus perspectivas, él era igual o peor que su padre y, por lo tanto, indigno de atención. De hecho, en ausencia del único que podía protegerlo, comenzaron a descargar sus frustraciones en él.

Arian no supo cuán crueles podían ser los niños hasta que lo experimentó en carne propia. Sin embargo, no los culpaba; eran un cristal que reflejaba los demonios de sus padres. Le pareció lógico que actuaran igual que ellos. Además, Crimson Lake era un profundo pozo de sangre, donde los débiles eran sacrificados sin piedad. Siendo él un simple Omega, ¿no era lógico que fuera el primero en ser empujado al abismo? Aceptarlo de aquella forma lo hizo menos triste, aunque no dejó de dolerle.

Sentado en lo más alto de la colina, que caía como una ola verde, adornada con flores silvestres que bailaban al ritmo del viento, se dedicó a contemplar el paisaje. El sol comenzaba a descender, transformando el cielo en un lienzo de hermosos colores. Los tonos de azul se desvanecieron, dando paso a un espectáculo de naranjas, rosas y púrpuras. El sol, que parecía haberse convertido en un globo de fuego dorado, se posó en el borde de las colinas, a las que cubrió con largas sombras que se deslizaban por el bosque. Los últimos rayos de luz del día empezaron filtrarse a través de las copas de los árboles y los sonidos del bosque parecieron calmarse, como si la naturaleza misma estuviera tomando un momento para admirar la belleza del atardecer.

Arian respiró profundo, deseando hallar en el bosque circundante aquel aroma familiar que lograba silenciar sus temores; pero no lo encontró. Rhys no estaba, por lo tanto tampoco su perfume, que le recordaba a las flores de Daphne y Dawn que adornaban Ivory Peaks. Los ojos se le llenaron de lágrimas; debió morderse el labio inferior para no llorar. Si deseaba ser fuerte para protegerlo, debía aprender a controlar sus emociones inútiles. Pero se le hacía tan difícil...

El crujido de las hojas siendo pisadas lo hicieron tensarse. De forma involuntaria, se preparó para ser atacado por quienquiera que fuera el intruso. Sin embargo, se relajó al reconocer el olor de Oliver, quien también se paralizó al verlo. Sus miradas se encontraron y el niño la mantuvo un momento antes de desviarla con incomodidad.

—No sabía...

—Nnno importa —lo interrumpió—. Pu-puedo irme si qui-quieres.

Él vaciló por un minuto, sin saber dónde posar su atención. Lucía más nervioso de lo habitual. Aunque parecía ser así desde el «accidente». Era como si hubiera perdido el alma y no fuera otra cosa que un cascarón vacío; un cadáver que podía caminar. La inmensidad del abismo en sus ojos verdes era... estremecedora, tanto que a Arian lo incomodaba.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora