CAPÍTULO 40

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Era de noche. En realidad, Arian no podía estar seguro; sin embargo, Winter Creek parecía haberse sumido en una oscuridad perpetua, llena de lamentos y susurros de dolor. El paisaje era gris, con días tan gélidos como lúgubres y noches tan oscuras que apenas podía distinguir su mano en la espesa niebla. Ahora, no obstante, le parecía que había luna llena, aunque no podía estar seguro, ya que probablemente el sol se ocultase tras las densas nubes que bloqueaban tanto el calor como la luz. Demasiado solitario. Demasiado deprimente. Demasiado...

Mientras su mente divagaba debido a los efectos de la mezcla de Lobelia Soporífera y Acónito, podía sentir el peso de un cuerpo encima del suyo. Pese a que le jadeaba maldiciones al oído y a que el dolor se extendía más allá de lo imaginable, continuaba sin comprender... En realidad, se tambaleaba al borde de la inconsciencia, en el umbral de la muerte, atrapado en un torbellino de sensaciones distorsionadas. El mundo se volvía borroso y sus pensamientos se enredaban como las raíces de los árboles en un bosque olvidado. La mezcla del afrodisíaco y el veneno había tejido una telaraña en su mente, por lo que se encontraba atrapado en su propia pesadilla.

Las sombras se alargaban y sintió que su piel se fundía con la oscuridad. El aire era denso, como si respirara niebla venenosa. Sus ojos, profundos al igual que abismos estelares, parpadeaban sin comprender mientras el alma se le escapaba poco a poco del cuerpo. ¿Dónde se encontraba? ¿Qué le estaba ocurriendo? Ni siquiera podía articular el nombre al que se había aferrado con desesperación desde que fue secuestrado por aquellos monstruos, ya que no tenía fuerzas para separar los labios. Los sentía entumecidos, al igual que su lengua y todos los miembros del cuerpo.

El sabor metálico en su boca le provocó náuseas. El veneno se extendía, deslizándose por sus venas. Las flores de acónito parecían reírse de él, con sus campanillas azules vibrando de malicia. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicieron? ¿No bastaba con romper su voluntad con la Lobelia, reduciéndolo a nada más que una marioneta? No se quejaba, también había dejado de luchar, ¿por qué entonces...?

Los sonidos se distorsionaron: el viento se convirtió en un aullido, los árboles en susurros amenazadores. Arian intentó levantar los brazos para quitarse el peso que tenía encima, cuyo olor nauseabundo revelaba a Chris, uno de los ayudantes de Liam; pero fue imposible. Incluso lo oyó reírse, burlándose de sus débiles esfuerzos.

Sus pensamientos se desmoronaron como hojas secas al viento. ¿Quién era? ¿Qué era? El miedo se agolpó en su pecho. Las sombras se alzaron y Arian vio figuras al acecho, seres antinaturales, de ojos rojizos y sonrisas grotescas, que lo observaban en silencio. ¿Amigos o enemigos? Ya no lo sabía.

—Crim —murmuró finalmente, con la saliva espesa escapándosele por las comisuras de los labios—. A-Ayúdame. Crim... Po-por favor...

«Tengo tanto miedo, ¿dónde estás? ¡Sálvame!».

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora