CAPÍTULO 43

121 13 27
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Rhys respiró profundo en cuanto las garras de Kellan apresaron las mejillas de Gabriel, forzándolo a enfrentarse a sus ojos desprovistos de luz. En un principio, se encontró demasiado sorprendido por su declaración como para actuar; ahora, sin embargo, luchaba para contener tanto su furia como la del lobo, que había empezado a gruñir y rasgar las paredes invisibles que lo separaban del mundo exterior. Luego de que el chico hubiera preferido someterse ante él, nombrándolo públicamente su Alfa, lo acogió como un subordinado personal. Suyo, no de Crimson Lake, la manada o Kellan. Jamás se había visto nada semejante. Era una locura, y la razón principal por la que se encontraban en medio de aquella situación tan delicada.

Era consciente de que si bien contaba con el apoyo de varios Ejecutores, entre ellos Cedric y Ozara, así como la aprobación de la mayoría del pueblo, carecía de la simpatía del Consejo de Ancianos. Lo consideraban un niño todavía, en exceso ingenuo y hasta débil. Incapaz, pese a haber demostrado con sangre y sudor que estaba listo. Por lo que si daba un paso al frente en ese momento y retaba al Alfa al mando, no sería bien visto. En el mejor de los casos lo rechazarían y terminaría siendo expulsado; en el peor lo sentenciarían a muerte. No podía morir aún, no sin haber cumplido su propósito. No si la manada no era un lugar seguro para que Arian volviese. Quizás, solo quizás.

«¡Muévete, inútil de mierda! ¡Bane me necesita!», rezongó Crimson, luchando contra él. Rhys sintió como su furia lo invadía igual que un incendio, consumiendo todo a su paso. Le recorrió las venas con rapidez y, entonces, le fue casi imposible contenerse. Las uñas de sus dedos se convirtieron en garras que le perforaron la piel y sus colmillos descendieron hasta pincharle los labios; en cuanto la sangre le llenó la boca, también comenzó a gruñir.

Su lobo tenía razón: sería el más inútil de todos si permaneciera al margen. No podía hacerlo. De modo que dio un paso al frente y agarró la muñeca de Kellan, quien se tensó al instante. Sin inmutarse, Rhys continuó apretando hasta que un pequeño chasquido precedió a su mirada llena de consternación. Enseguida, dejó libre a Gabriel, nada más para enfrentarlo.

—¿Qué crees...?

—Está bajo mi protección, Cutthroat —espetó, negándose a reconocerlo como su padre o peor aún su líder. Era el único modo de esclarecer sus intenciones—. Nadie lo toca.

—¡Ten cuidado de cómo me hablas, sigo siendo tu Alfa!

—No por mucho. —Esbozó media sonrisa—. Y, desde luego, no eres el suyo. Yo lo soy: Bane se rindió ante mí, juró su lealtad a mí, y es a mí a quien considera su Alfa. Así que, según las leyes de las manadas, no puedes tocarlo.

Por primera vez en años, vio a Kellan tragar con dificultad al mismo tiempo que lo miraba con una mezcla de asombro y horror antes de dirigir sus ojos hacia Blake, quien continuaba inmóvil al otro lado del asentamiento de los Ejecutores, donde habían interrumpido momentos antes, atrayendo la atención.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora