CAPÍTULO 39

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Tres días después, cuando cruzó la entrada de Crimson Lake con el chico moribundo a cuestas, Rhys fue recibido por el rostro despectivo de su padre. Si bien no le dio importancia, le fue inevitable cuestionarse a qué tácticas había recurrido en aquella oportunidad para no permitir que David regresara por ellos. Al menos le agradecía que hubiera sido lo bastante inteligente para dejarle rastros que pudiera seguir junto a Ezra; de no haber sido por eso... Sacudió la cabeza para deshacerse de las imágenes que la llenaron sin aviso y se irguió a medida que avanzaba hacia él. No se detuvo frente a Kellan para ofrecerle sus respetos, sino que continuó hacia la enfermería, donde con un poco de suerte salvarían al muchacho.

Su rostro ceniciento había recuperado un poco de color debido a los cuidados. Aunque Rhys curó las heridas más profundas con su saliva, había demasiadas infectadas que lo hicieron sentirse preocupado durante el camino de regreso a casa. Para ser honesto consigo mismo, no creía que pudiera salir adelante; sin embargo, esperaba darle tanto una muerte como una sepultura digna. Su corazón, más que el instinto de Alfa, se lo exigía. Era demasiado joven, quizás tenía la misma edad que Arian en ese momento y la profundidad de sus ojos moribundos se lo recordaba de un modo que no podía comprender. Quizás se debiese a que halló el infierno en ellos: dolor, angustia, desesperación... y muerte. Había padecido horrores innombrables y solo los dioses sabían cómo logró sobrevivir hasta entonces.

«Resiste, por favor», pidió para sí mismo. Sosteniéndolo con delicadeza en su regazo, aun cuando las miradas curiosas lo persiguieran así como los murmullos indiscretos.

Por el rabillo del ojo, en el umbral de la enfermería, se fijó en cómo Ozara se lanzaba sobre su hermano menor y lo apretaba con fuerza antes de llenarlo de besos. La más cruda y abrumadora de las envidias se apoderó de él, aunque no comprendió los motivos en un primer momento. No hasta que Kean apareció a su lado, deslizándose igual que una sombra, y contempló al chico en sus brazos antes de esbozar aquella sonrisa sádica que lograba estremecerlo, pues le recordaba que había un demonio latente en él, a la espera de ser despertado.

—¿Otra vez recogiendo porquerías, Crim?

—No me digas así.

—Cierto, es tu apodo especial. Te lo puso el bastardo albino y bla, bla, bla...

Rhys tuvo problemas para contener un gruñido. Decidió que no caería de nuevo en las provocaciones de su hermano y se acercó hacia la camilla disponible. Dejó al chico en ella, tan suave como le fue posible, y levantó la mirada hacia la mujer que se había puesto de pie tan pronto como lo vio.

Yuna, Black Mallow, Takeuchi era una cambiaformas que pertenecía a los osos negros asiáticos y que había llegado a Crimson Lake un año atrás después de haber sido vendida por su clan y rechazada por numerosas manadas debido a su incapacidad para cambiar a su forma animal. Rhys nunca olvidaría la indiferencia casi gélida de su rostro ni la mirada vacía que le dirigió la primera vez que se encontraron. Entonces estaba desnuda, arrodillada y expuesta como un objeto de exhibición en una subasta. A pesar de haber descendido a aquella fortaleza subterránea de Oakridge, una de las ciudades portuarias más importantes del país, para abastecerse y poder soportar el crudo invierno que se avecinaba, le resultó imposible permanecer al margen.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora