CAPÍTULO 8

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El invierno se llegaba a su fin, dando paso a la promesa de la primavera. Mientras rodeaba los hombros de Arian con el brazo, Rhys contempló el paisaje que comenzaba a despertar: los copos de nieve se derretían, formando pequeños arroyos que se ondulaban, alimentando la tierra sedienta. El cielo, que había sido un deprimente lienzo gris y sombrío, ahora se teñía de azul claro, manchado con nubes esponjosas que parecían hechas de algodón. Por un segundo, tuvo la sensación de que el sol sonreía desde las alturas. Las primeras flores de la primavera comenzaban a asomarse, salpicando el paisaje de colores. Los árboles, que estuvieron desnudos durante el invierno, estaban adornados con brotes verdes, como un presagio de las hojas que pronto los cubrirían.

Una tenue sonrisa se formó en los labios de Rhys. No recordaba haber admirado un paisaje tan hermoso ni experimentado semejante paz. Su corazón se sentía liviano, como si se hubiera desecho de cada una de sus preocupaciones. En realidad, en las últimas semanas había olvidado incluso su título y las responsabilidades que conllevaban. No era más el «Heredero Alfa» de Crimson Lake ni un lobo rojo gigante; solo Rhys. Nadie más que Rhys, un niño como cualquier otro, que podía permitirse las mismas libertades.

Cuando Arian estaba a su lado el dolor desaparecía. Ya no le molestaban las burlas de Kean ni las de Helen, su madre, mucho menos el duro trato de Kellan. Lo único que lamentaba, en realidad, era el no poder presentárselo a su madre. Sin embargo, se prometió hallar el modo.

Al inclinar a cabeza, se encontró reflejado en los ojos de Arian. Eran como un par de espejos de hielo, en los que encontraba su propia alma, y a su lobo. Crimson no era una bestia sanguinaria cuando estaban juntos; por el contrario, daba la impresión de que se tranquilizaba hasta convertirse en una tierna versión de sí mismo. En ocasiones, lo había descubierto gimoteando como el cachorro que era y al que nadie lograba ver en él.

El cabello recién cortado le caía sobre los hombros como una cascada de plata. Rhys no logró evitar la sonrisa que se le formó en los labios al recordar que ese también era el significado de su nombre. Luego, tuvo un pensamiento inexplicable: él se convertiría en la mayor de sus debilidades. Si acaso no lo había hecho ya.

—Deberíamos volver —le dijo en tono suave, retirándole el cabello de la frente—. Se hace tarde.

—Nnno quiero ir a... a casa.

—¿Por qué, Heartless está siendo malo contigo?

—Nnno le gus-gusto. —Suspiró decepcionado—. Po-po-pone esos ojos locos.

—Siempre tiene ojos locos...

La suave risa de Arian llenó el aire, causándole cosquillas y apretándole el estómago. Rhys contuvo la respiración durante un momento, todavía preguntándose a qué se debía. ¿Acaso estaba enfermando? Se sentía enfermo, aunque de un modo particular. No era doloroso; solo... diferente.

—Nnno me gusta él.

—A nadie le gusta Heartless, es un idiota.

—Qui-qui-quiero a mi mami...

Aunque la voz le tembló, Arian contuvo con valentía sus sollozos. Rhys lo apretó contra su costado, para calmarlo.

—Mi mamá dice que las personas no desaparecen si las recordamos. Viven para siempre en nuestros corazones. —Recostó la mejilla sobre su cabeza y exhaló con pesadez—. ¿Cómo era ella?

—Bu-buena. Mami era mu-muy buena... —Arian tomó aire—. Y-y-y tenía la voz suave... A-antes de él, era una prin-prin-princesa. Creo... creo que era la del cu-cuento.

—¿Qué cuento?

—Ha-había una vez, una pri-princesa de los lobos que se enamoró de un ca-cazador...

Rhys escuchó la historia, absorto en la tenue voz de Arian, que lentamente dejó de titubear. Le apreció asombroso cómo la seguridad lo llenaba, haciéndolo dejar de tartamudear. Entonces, decidió que se esforzaría para hacerlo sentir seguro cada día.

El cuento era tan sencillo como desgarrador: la princesa de alguna manada de lobos albinos se había enamorado de un cazador que se presentó ante ella como el príncipe de sus sueños. Se ganó su confianza por medio de mentiras y la convenció de permitirle entrar a la fortaleza. Después... inició la catástrofe.

Arian describió al cazador como «el demonio de ojos negros» y «príncipe sin corazón». Rhys estuvo seguro de que lo era, también de quién se trataba: Blake. Tenía que serlo. Entonces, se compadeció de la pobre chica que cayó en su trampa.

»Ma-mami dijo que el falso amor es fuego... y-y-y mata lo que toca —continuó tras un silencio contemplativo—. Pero el ver...verda...verdadero cura el alma.

Rhys meditó en aquella declaración. ¿Podría su amor sanar el alma rota de su madre y hacerla sonreír de nuevo? ¿Podría su amor alcanzar a Kellan y hacer que lo mirase con algo más que desprecio? ¿Tocaría el corazón de Kean y lo haría aceptarlo como su hermano mayor? Deseó que así fuera, y también... Miró a Arian y debió tragar con fuerza para que el nudo en su garganta cediese.

—¿E-e-estás triste por mi cu-culpa?

—No estoy triste.

—Me-me-mentiroso. —Movió la mano hacia su pecho, donde la presionó con ternura—. Llo-lloras aquí.

—No estoy llorando. Los Alfas no lloran. Yo no...

—E-está bien llo-llorar.

Fue un poco tarde. Cuando la mano de Arian se deslizó lentamente por su mejilla, retirándole las lágrimas con ternura, Rhys se dio cuenta de que lloraba por primera vez en cinco años. Se reclinó contra él y permitió que lo consolara. Se sentía bien no ser despreciado; deseó que fuera de este modo por el resto de su vida. Necesitaba tanto tanto ser amado...

—¿Me amarás, Arian? —preguntó sin poder detenerse. Enseguida se percató de sus palabras e intentó corregirlas—: Olvídalo, no...

—¿Tu... tu alma está ro-rota?

—Sí —admitió tocándose el pecho—. Duele mucho.

—Yo... yo haré que ya no du-du-duela.

—Gracias.

Se miraron a los ojos en silencio. Rhys halló al lobo de Arian en su interior, espiándolo desde la oscuridad. Era tan hermoso como él: pequeño, de mirada azul brillante. Sin embargo, lo que resaltaba en él era su pelaje blanco... Inmaculado como la nieve. La misma en la que se encontraron por primera vez, semanas atrás.

»Ya sé cómo se llamarán tu lobo y tú. —Tomó un mechón de su cabello platinado y jugó con él, tan nervioso como no lo estuvo jamás—: Snow.



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Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora