CAPÍTULO 4

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Los cristales continuaban incrustándose en las plantas de sus pies. Mientras la sangre pintaba de rojo la nieve, Rhys se cuestionó qué había hecho en esta ocasión para merecerlo. Estaba seguro de no haber desobedecido ninguna orden de su padre y Alfa, también de haberse resistido a los instintos del lobo que residía en su interior... Desde luego, olvidó un detalle casi inútil: se había peleado con Kean. O mejor dicho, le rompió la nariz en un arrebato de furia.

Debió contenerse para no dejar que la sonrisa burlona se le formara en los labios al recordar el horror que invadió sus ojos negros como el hollín antes de que temblara y se orinase ahí, de pie, inmóvil... Su respiración se había detenido por un instante, al mismo tiempo que parecía comprender sus errores. Por desgracia, Kean no era lo bastante inteligente para admitirlos, por lo que insistió en su intento de arrogancia y se atrevió a continuar con los insultos.

Había llamado «perra frígida» a su madre. Incluso si sabía que solo repetía las palabras del padre de ambos y también las de su amante, Rhys no se lo perdonó. Jamás lo haría con la pobre alma en desgracia que se atreviese a manchar el honor de la única persona en el mundo que lo amaba de verdad, y a la que él adoraba más que a cualquier cosa. Estaba dispuesto a soportar cualquier castigo si con ello lograba limpiar el nombre de su madre.

Sin importar sus circunstancias actuales, Rhian Badmoon era la Loba Luna de Crimson Lake, su reina y señora, y lo sería por siempre. Su padre y esa amante descarada con la que se revolcaba a menudo no tenían nada que decir al respecto.

El hecho de recordar sus rostros y la forma en la que se miraban, cómo se sonreían uno al otro antes de besarse, lo enfermó. Rhys tuvo que apretar las manos, hundiéndose las garras en la carne, para no gruñir y ladrar. Su lobo se encontraba cerca de la superficie, furioso por el castigo, permitirse ceder ante sus instintos solo les traería más problemas. No solo a ellos dos, sino también a sus «cuidadores», quienes debían de estar enfrentándose a la ira del Alfa en aquel momento.

Justo entonces, los vio por el rabillo del ojo. Ambos salían de la oficina, con las cabezas bajas y tan furiosos que lograba percibirlo en el aire como una corriente eléctrica que le erizó los vellos. De no conocer la verdad, habría jurado que eran...

Ozara, quien parecía haberse llevado la peor parte, se tambaleó de un lado a otro. Estuvo a punto de caer; sin embargo, Cedric le rodeó la cintura con el brazo y lo apretó contra sí mismo. Se miraron a los ojos y se sonrieron cómplices. El estómago de Rhys se apretó, sin comprender la incomodidad que se instaló en su pecho. ¿Por qué sentía ganas de llorar? No estaba seguro, tampoco deseaba descubrirlo, por lo que decidió ignorar sus emociones. Era mejor de ese modo. Siempre lo sería.

Cedric arrastró a Ozara en su dirección. Rhys fingió no verlos y se enderezó al mismo tiempo que borraba la mueca de dolor que se había formado en su rostro. Segundos después, la mano de su primo se presionó contra la piel destruida de su espalda, causándole todavía más dolor. No pudo contener un quejido de incomodidad. Cedric retrocedió de inmediato.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora