30. Todo un sueño

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Su rostro me descoloca, en el momento en el que mis lentillas se posan sobre la mesa, su mirada se vuelve turbia, confundida. Veo su expresión asustada, y me siento culpable, quizá esto haya sido demasiado intenso para él. Me limito a apoyar las manos sobre las rodillas y a suspirar mientras me obligo a mi misma a dejar de mirarle por un instante. Se pasa las manos por el pelo, y apoya los codos sobre la mesa mientras se oculta el rostro. En mi vida había vivido algo tan incómodo como esto. Sospecho que sus pensamientos no deben alejarse mucho de los míos.

—Alison...—susurra.—Alison eres tú. No me puedo creer que seas tú.—Su voz es más lenta y vacía de lo normal. Quiero salir huyendo ahora mismo. Es entonces, cuando, su actitud cambia de manera drástica. Aguanto la respiración mientras me observa, y para mi sorpresa, se echa a reír.

—¿Luke?—pregunto, tratando de no abrir la puerta de la terraza y tirarme de cabeza por ella.

Se detiene, casi de golpe, sonríe y comienza a pellizcarse el brazo con fuerza, retuerce su piel con albedrío, deja que enrojezca y repite el acto de nuevo. Sus labios no dejan de estar curvados en ningún momento, mi cabeza da tumbos, ¿qué está haciendo?

—¡Permíteme un momento Alison! Me despertaré en cuestión de segundos, es sólo que... no es suficiente dolor.

Su brazo comienza a adoptar un color oscuro por los ematomas que se está provocando, me levanto de golpe, me estiro para detenerle, pero retira mi mano con amabilidad y se levanta del sitio negando con la cabeza. Abre los cajones de la cocina buscando algo, comienza a hablar con despreocupación.

—¿Has visto mi medicación por alguna parte?

—No—respondo.

—Vaya, no es de extrañar, el gilipollas de mi psicólogo no hace más que entregarme unos botes diminutos. ¿Crees que podría denunciarlo por algo así?

A pesar de que en otras circunstancias ese comentario me haría reír a carcajadas, no puedo evitar palidecer al escuchar la palabra psicólogo.

—¿Estás recibiendo atención médica?—mi pulso aumenta cuando asiente sin dejar de buscar quién sabe qué. A continuación, mi voz es apenas audible.—¿Por qué?

Se gira, sonríe mostrando los dientes y se lleva las manos a la nuca.

—Esquizofrenia, depresión e insomnio. Pero son en bajo grado, nada de lo cuál preocuparse.

Frunzo el ceño, camino hacia él y le cojo de las manos, él me contempla sorprendido. Trato de que no averigüe que estoy a punto de echarme a llorar. ¿Desde cuando es esto?¿Y a qué se debe?

—Luke... lo siento tanto...—Se me quiebra la voz a mitad de la frase.—Lo superarás, no te preocupes por esto.

—¿Superarlo?—parece aturdido, mira nuestras manos entrelazadas, abre la boca para hablar, y lo que dice me deja sin palabras.—¿Por qué diablos iba a querer superarlo?

—No te hagas el duro, Luke, te ayudaré con esto, no estás sólo...

Niega con la cabeza y se suelta, se gira y habla solemne, como si reflexionase en voz alta y por un momento se olvidase de mi presencia.

—¿Para qué querría superar la mayor de mis fortunas? Puedo ver a la mujer que más llegué a amar cada día, sentada a horcajadas sobre mí, arropando mi cuerpo cada madrugada, y abrazándose a mi torso desnudo cuando nos duchamos juntos. La veo cuando camino hasta mi trabajo, y no puedo dejar de observar sus caderas mientras se contonea por mi oficina. Abre los brazos cuando el viento sopla en nuestra contra, lo hace como si de verdad creyese que son alas, la muy imbécil... se cree que puede volar. La veo reír, llorar, sentir... puedo admirar su piel cuando el vapor del baño la humedece, como el rocío en un amanecer. Puedo sentir sus caricias, sus besos, sus suaves dedos recorriendo todo mi cuerpo. ¿Crees de verdad que debo superarlo? ¿Cuando soy así de feliz? No te lo crees ni tú.

Su declaración me deja boquiabierta, y comienzo a enlazar piezas inconscientemente.

—Anne... ¿no es real?

—Para mí lo es, y con eso es suficiente, Alison.

Se ladea de nuevo y me mira impasible, segundos más tarde, avista algo en el fondo de uno de los cajones, y sonriendo introduce la mano para cogerlo.

—Luke, no puedes vivir así.

—Te equivocas, puedo, y de hecho, lo hago. ¿Qué problema hay?

Me hace replantearme por un momento la idea de ser afortunado por ser loco y feliz, y no sensato y depresivo. Pero cuando entre sus manos se sostiene un cuchillo con la hoja demasiado larga y afilada, ahogo un grito.

—Nos vemos en la realidad, Alison.

Y entierra el cuchillo en su costado derecho.

Visions [ editando por finalización ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora