Capítulo 23 - Reservación

82 6 0
                                    

Las gemelas no vuelven a casa conmigo. Le he dicho a Alisha que las cuide un día más.

Ella acepta animada. Estoy segura de que presiente que tengo planes.

Durante el trayecto analizo mis opciones. Una y la que mis padres estarían gustosos de que tome es la de perdonar a Benjamín y hacer como que no sé nada. Esa queda descartada sin vacilar. La otra es confrontarlo y amenazarlo con que acaba con sus andanzas o se quedará en la calle. Tampoco tengo ganas de lidiar con otra oportunidad. Ya fui ingenua una vez, dos es un insulto a mi inteligencia. Y la tercera, la que traería escándalo y señalamientos, es la de pedirle el divorcio y tratar de dejarlo sin un peso. Veremos si Mabel sigue igual de contenta con un hombre pobre.

Desconozco qué hará Sergio, para él la situación es diferente. Está acostumbrado a que otros le metan mano a su mujer, incluso lo aprueba. A lo mejor hasta termina aceptando a Benjamín como uno más de su familia. Sea como sea, será su asunto. Parece que invoco a "míster Ferrero", porque en ese preciso momento empiezo a recibir mensajes y llamadas de su parte. "Tenemos que hablar", dice uno de ellos. Le respondo con un simple: "Te escribo mañana para quedar".

Todavía no llego y ya he imaginado una y otra vez a mi esposo acosando a mi hermana. ¡No tiene perdón de Dios!

Una vez allí, me entero de que Benjamín no está. Llamo a Laura. Ella me informa que Benjamín se retiró de la oficina desde las cuatro de la tarde. Ya hasta está cerrada.

¡Desgraciado! ¡Debe estar revolcándose con Mabel!

Es inevitable que la rabia me invada. Mejor no le permito controlarme. Voy directo a dormir. Tampoco deseo topármelo.

Al día siguiente, después de que él se va a trabajar, camino hacia la puerta corrediza que da al patio. La abro de par en par.

Saco una caja grande donde venía la lavadora nueva y la coloco sobre el pasto.

—¡Desgraciado, malnacido, hijo de la chingada! —digo en voz alta.

Detrás siento una presencia.

Descubro que es la señora Yola.

—¿Quiere que le ayude, señora? —me pregunta.

—Sí —acepto avergonzada—. Y también llama a Héctor y a Rosa.

Mientras más manos tenga, será más rápido.

Voy a la habitación, abro el closet de mi esposo y saco primero sus preciadas camisas y sus costosos trajes. Van directo a la caja, sin orden ni cuidado.

La señora Yolanda saca los pantalones y la ropa deportiva.

En una bolsa de plástico metemos cinturones y zapatos. No pienso dejar ni una sola prenda de ese infeliz en mi casa.

Al final, son necesarias otras tres bolsas grandes.

Los relojes y joyería se quedan en la caja fuerte, a la que le cambio la combinación.

—Llama a un cerrajero —le pido a Héctor—. Dile que quiero varios cambios de cerraduras.

Héctor me observa orgulloso.

—No tiene que llamar a nadie, señora, puedo hacerlo yo. Dígame cuales cambio.

Le sonrío. Jamás olvidaré que él fue lo bastante caballeroso como para dejar en el olvido nuestro inesperado encuentro.

—Todas —indico—. Empieza con las principales. Ten. —Le entrego mi tarjeta de crédito—. Compra las más reforzadas y sofisticadas. No escatimes en costos. En la seguridad no hay que limitarse.

Detrás de las Puertas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora