Capítulo 15 - Castigo

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Todo mundo habla del amor que se acabó o del que nunca pudo ser. Hay tantos poemas, tantas canciones, miles de novelas. El arte está lleno de eso. Creo que también se debería hablar de un tipo de amor que, según mi reciente experiencia, es el que en realidad más lastima. Se trata del que muere y no muere, el que está ahí, existiendo a marchas forzadas, pero que se niega a irse o a entregarse de vuelta. "El amor suspendido", le llamaré. El mismo que Benjamín tiene hacia mí.

La repentina reunión me emociona y quiero que se me note en la cara cuando encuentro a mi esposo en el patio después de cenar.

—Ya confirmé, no pienso faltar—le aviso, para que no se le ocurra hacer planes.

—Vaya, sí que te estás empeñando en buscar entretenimiento —lo dice inexpresivo. Se mantiene quieto de brazos cruzados.

—¡Los dos! —intervengo y mi voz se eleva sin buscarlo—. ¡Los dos nos entretenemos! —«Hasta con mi "amiga", infeliz», pienso.

Me arden las ganas de arañarlo, de causarle dolor, aunque sea de esa burda manera.

De todos modos, no se niega a ir. Cumple con la encomienda de ceder a mis caprichos.

Para esta ocasión le pido ayuda a Cecilia. Ella tiene un estilo que no replicaría en otras circunstancias, pero que necesito esta vez.

Voy a su casa por la tarde. Ahí me muestra varios vestidos de su muy basto armario. Me pruebo algunos. Sí que le gusta mostrar piel. Al final, y por su insistencia, decidimos que usaré un vestido negro con abertura en la pierna. A los lados tiene atrevidas cintas cruzadas. Es sin mangas y de cuello alto, un detalle que me parece coqueto.

—No te pongas ropa interior —recomienda Ceci—. Eso le restará vista —lo dice por lo abierto que está a los laterales.

—De todos modos, me la iba a quitar —añado sonriente.

Ceci también sonríe.

—¿Vas por Sergio?

—Tal vez —finjo vacilar. En realidad, tengo muy claro que sí voy por Sergio Ferrero, pero no quiero que Cecilia crea que me muero por estar con él. Esto solo es un juego.

—¡Dime! —insiste, sacudiéndome el brazo. Hace un puchero encantador.

—Mañana te cuento, mejor.

—Pero en serio, luego te haces del rogar.

—Prometido. —Alzo la mano.

Me despido de ella con un beso en la mejilla.

—Diviértete, amiga —dice sincera.

Lamento que ella no vaya, aunque quizá sea lo mejor. Darío podría atar cabos y es mejor mantener a su esposo lejos de mis asuntos.

Contrato a una niñera en una agencia de cuidadoras infantiles. Esta vez no quiero molestar a mis papás, además las gemelas tienen clases.

Antes de irnos, le listo de nuevo a la niñera las restricciones que Victoria y Valentina tienen. Hago hincapié en que debe seguirlas al pie de la letra.

Héctor se encargará de llevarlas temprano hasta la puerta del edificio de su grado.

¡Ellas no van a burlarse de nosotros otra vez!

Cuando estoy lista me siento casi desnuda. Decido usar un abrigo para que mis hijas no se den cuenta.

Benjamín se viste formal. Parece que va a trabajar con su traje gris y sus zapatos brillantes. Su colonia huele demasiado. Ese esmero me incomoda, pero lo callo. ¡Necesito callarlo, a pesar de que muero por hacerle un tedioso interrogatorio!

Detrás de las Puertas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora