Capítulo 8 - Prohibidos

145 7 1
                                    

Me encargo de llamarle a Benjamín para advertirle que sea convincente con sus respuestas. Dudo que falle. Estuvo engañándome sin que lo sospechara. En ser embustero es bueno, mejor que bueno.

En cuanto escucho que llega por la noche, salgo a interrogarlo.

—Fueron preguntas normales, nada raro —me responde apático, mientras se quita la corbata—. ¿Por qué estás tan preocupada? ¿Tanto te asusta ser rechazada?

Le doy un manotazo leve a mi pierna.

—Me daría vergüenza que seamos no aptos hasta para coger con otros.

Benjamín da un paso hacia mí. Su postura es recta y me mira fijo.

Aborrezco que mi corazón siga palpitando como lo hace cuando se me acerca.

—Con otros —susurra—. ¿Por qué haces esto?

Retrocedo un poco. Tengo un mueble del recibidor atrás, así que no hay mucho espacio.

—¿No te alegra? Contarás con mi permiso para hacer lo que hacías a escondidas. —La incómoda punzada en el pecho me ataca de nuevo—. Sin preocuparte de ser atrapado. Sin dramas. —¡No llores, Maya! ¡No lo merece!—. Así yo no tendré que cuidarte ni estar de celosa tóxica. Será bueno, ya verás.

Él se mantiene callado.

Preferiría que me dijera lo que opina, pero es mejor no cuestionarlo o podríamos terminar peleando de una manera agresiva, dado mi estado de ánimo.

—Espero que sea así —es lo único que dice, antes de pasar de largo.

Sé que está inconforme, que lo estoy orillando a aceptar. Es justo lo que buscaba, pero la parte de mí que todavía lo ama se pregunta si de verdad no me importa el darle mi permiso de llevarse a otra a la cama.

¡No, no es permitido dudar!

Es mejor irme a dormir para dejar de pensar demasiado, por mi salud.

Ceci me recuerda por la noche que tenemos una cita en el gimnasio a las ocho de la mañana. ¡Tremenda tortura de su parte! Creo que jamás entenderé por qué se ejercita tanto, ni siquiera es una mujer que sea propensa a sufrir de obesidad. Admiro lo comprometida que es, eso sí.

Al llegar me percato de que casi no hay gente. Eso me agrada.

Escojo directo la caminadora. No planeo cargar pesado tan temprano. Tengo una en casa, pero a mi amiga le es más satisfactorio usar la membresía del gimnasio que pagamos a un costo nada barato.

—¿Cómo les fue en el filtro? —le pregunto mientras doy todo de mí en esa máquina acelerada.

—Bien —responde. No se le nota la agitación como a mí— Creo que es una tontería de parte de tu amiguita. Solo buscar lucirse.

—No es de Mabel, es de Sergio. —Mencionar al marido de mi amiga me causa una mueca que sospecho parece de desagrado.

—Hablando de Sergio, ¿Qué tal te cayó?

Supongo que Ceci se percató de mi reacción. No se le escapa una.

—Tiene mala vibra. —«Y malos modales», pienso cuando me llega el recuerdo de su "broma" de quitarme la ropa. Si se la hubiera hecho a Cecilia, lo sabría desde el minuto uno.

—Es que es como... mamoncito. Igual que su mujer.

—Super mamón. Pero tiene razón en eso de que es más seguro como él lo está haciendo. Prefiero ir a su club que volver a aventurarme a una fiesta de completos desconocidos. Capaz y nos pegan un bicho o hasta sida.

Detrás de las Puertas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora