Capítulo 13 - Solución

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Estoy tan cansada y llena de rabia. Tengo los ojos ardiéndome por el llanto que no se detiene desde anoche. El silencio en la habitación solo es interrumpido por el "tic tac" del maldito reloj de la mesa de noche que era de Benjamín. No sé por qué no lo he quitado. Desde que él lo puso lo odié por lo molesto que es, pero no se lo dije. Hay cosas que las personas soportan con tal de que el otro esté bien.

El tiempo corre más rápido desde que descubrí la traición. Ese sonido me recuerda que estoy envejeciendo y que el cuento de "felices por siempre" es tan falso como las disculpas de mi querido esposo.

En pocos años cumpliré cuarenta. ¿Encontraré otro amor fiel a esa edad? ¿Existen amores fieles hoy en día? En realidad, ¿qué es la fidelidad?

El rostro de Benjamín mostraba arrepentimiento, ¡se lo creí!, estuve a punto de caer. ¡Soy tan estúpida!

Por supuesto que no me quedé a ver cómo tenía sexo con mi amiga, sería un recuerdo imposible de borrar. Tampoco tuve el valor de interrumpirlos. Eso me dejaría mal parada en el reservado mundo en el que me he colado silenciosa.

Después de obtener las ganas de levantarme de la cama, me observo en el espejo del tocador. Mi maquillaje se ha corrido. Es hora de quitarlo y seguir mi día. Tengo que ir por las gemelas, se los prometí, y quiero volver a encerrarme para no toparme a ese infeliz. Desconozco cuándo regresó. Él ni siquiera tuvo el cuidado de preguntarme cómo volví a casa. Es claro que no le intereso ni un poco. Es una suerte que sigamos en habitaciones separadas.

Mientras me limpio con la esponja, las lágrimas vuelven a salir. ¡Debo parar! Lucho por contener el torrente de emociones que amenaza con hundirme en una profunda e innecesaria depresión, pero ¿cómo se continúa viviendo con un hueco en el pecho? El estar así de herida te hace sentir liviana, te debilita hasta las plantas de los pies.

La chispa de redención que existía se apagó en el preciso instante donde los vi juntos. Mabel no prometió no tocar a mi esposo, pero jamás imaginé que se atrevería a hacerlo, y mucho menos en la segunda reunión.

El sábado y domingo transcurren como lejanos para mí. Estoy, pero no estoy.

Mis hijas hablan a mi alrededor, pero en realidad no les presto atención.

Evito a Ceci a pesar de sus insistentes llamadas y mensajes.

Evito a mis padres. Evito a Benjamín. Evito el gimnasio, el cafecito, las compras. Evito la vida que hay afuera de mi oscura habitación.

Doña Yolanda tiene la instrucción de decirle a cualquiera que venga que estoy enferma y aislada por indicaciones del médico. La reciente pandemia me lo enseñó. Eso siempre los asusta y prefieren no molestar.

Ni siquiera sé cómo pasaron cinco días, pero en ninguno salí ni siquiera de paseo, hasta que una llamada de la escuela de mis niñas me obligó a levantarme.

La directora pide hablar conmigo y con Benjamín.

Es preocupante porque es la primera vez que recibo este tipo de avisos. ¿Qué estará pasando con las gemelas?

Por supuesto que no le pienso dirigir la palabra a Benjamín. Lo desbloqué del celular solo para enviarle un mensaje con la información de la cita.

Él toca mi puerta en cuanto llega a casa, pero no le abrí.

Estoy dolida, lo reconozco. No hay justificación alguna para lo que hizo. Sé que dirá que yo misma lo llevé y le di mi permiso, pero ¡se trata de mi amiga! De tantas mujeres que había esa noche, tuvo que escogerla a ella. ¿Por qué? Sigo sin entenderlo.

El jueves temprano salgo con Héctor y las gemelas hacia la escuela.

Benjamín va en otro coche.

A pesar de mi insistencia y la de su padre, ellas se niegan a confesar el motivo por el cual fuimos llamados. Solo escuchan los regaños, pero no sale de sus bocas ninguna palabra. En algo nos parecemos, somos igual de tercas.

Detrás de las Puertas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora