Capítulo 28 - Alivio

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Me veo obligada a llamar a Héctor para pedirle que me lleve el efectivo que tengo guardado en uno de los cajones del buró. Es todo el dinero que tengo sin las tarjetas, y una buena parte se va en pagar la cuenta.

¡Benjamín sufrirá por hacerme tanto mal, el mal que no merezco!

Tuve que pedirle a Laura un adelanto de mi pago de las acciones y un cambio de cuenta para solventar los gastos diarios.

Mis padres llegaron anoche, lo supe por el aviso de mi madre. Quieren que vayamos a desayunar a su casa este sábado. Seguro les han traído decenas de obsequios a mis hijas. Ellas lo saben, por eso, desde temprano del día indicado ya están preparadas. Es una suerte que estén tranquilas con el tema de su padre. No lo han visto desde que lo corrí, y tampoco él las ha buscado. Supongo que las terapias a las que siguen asistiendo están dando sus frutos.

Antes de salir, medito un poco. Será la primera reunión familiar como "mujer separada", tengo que mantenerme serena.

Me causa inquietud recordar que mi familia criticó tanto a la hija de los Velasco por divorciarse a los cuarenta, y ahora mi situación será similar.

Llegamos y los saludos entre todos son cordiales.

Trato de parecer despreocupada.

Como lo supuse, mi hermana, sus hijos y su esposo ya están allí.

Propongo que ya pasemos al comedor. Prefiero darle prisa a esto.

Mi madre accede.

La mesa está adornada con un mantel blanco impecable y la vajilla favorita de mi madre.

Las gemelas se sientan a mi lado.

Tengo a Alisha enfrente, e intercambiamos miradas furtivas. Ella busca que no olvide la obligación que tengo de informar a nuestros padres.

¡Que ni se le ocurra que sea aquí y ahora!

Por suerte, la empleada comienza a repartir los platos de la ensalada de frutas.

Evito el contacto visual con quien sea.

El silencio solo es interrumpido por el cuidadoso sonido de los tenedores y cuchillos chocando contra los platos.

—¿Alguien quiere más ensalada? —pregunta la empleada.

—No, gracias —respondo, sin levantar la vista, aunque sonrío cuando descubro que mi madre me inspecciona.

Nadie parece estar dispuesto a abordar al elefante en la habitación.

Luego del plato fuerte, mi padre rompe el silencio con una pregunta directa:

—¿Hay algo que tengan que decir? —No se dirige a alguien en específico, aunque observa de reojo a Alisha.

Mi hermana levanta la mirada. Sus ojos brillan por la preocupación.

Conozco a mi padre. Busca acorralar a la hija que sabe que le dirá todo en cuanto se sienta presionada.

Alisha era quien me acusaba cuando se enteraba que me salía de clases, o como cuando encontró una cajetilla de cigarros en mi mochila. No me sorprendería que terminara hablando primero, por eso decido intervenir, aunque me tiemblen las piernas y sienta el pecho apretado:

—Yo sí. Pero prefiero que primero terminemos. —Apunto hacia el postre de café que acaban de poner en mi lugar.

Mi padre relaja los brazos.

—Bien —acepta. Luego se dispone a degustar el dulce cierre del desayuno.

El resto de la convivencia pasa sin más imprevistos, hasta que mi padre me pide que lo acompañe.

Detrás de las Puertas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora