Saco del clóset el vestido rojo que Benjamín escogió la última vez que quiso ir de compras conmigo. Recuerdo bien ese día. Miraba su celular cada cinco minutos y me preguntaba cuánto más tardaría. Es difícil creer que tiempo atrás disfrutaba tanto salir conmigo, aunque fuera a comprar un par de zapatos. Desde entonces no le he vuelto a pedir que lo hiciera. Prefiero hacerlo sola, o con alguna de mis amigas, pero sí reconozco que lo echo de menos. Solía hacer bromas con cómo me quedaba la ropa. Sabe que odio que me diga que estoy engordando.
Hoy pienso sacarlo de la oficina y llevarlo a nuestro restaurante favorito. Después, hotelazo. Las niñas están en la casa y me gusta la emoción de una fuga clandestina. Mi cabello es corto, hasta los hombros. Desde el primer momento en el que vi que mi larga cabellera cayó me arrepentí del cambio, pero Benjamín ni siquiera hizo un comentario sobre eso. Intento mejorar en varios sentidos, intento estar linda para él desde temprano, para que me vea antes de irse a trabajar. Aumenté el tiempo de las rutinas en el gimnasio y corro un kilómetro más. Nada de eso parece servir. El trabajo de mi esposo lo tiene agotado. Llega harto y de malas a la casa. Es hora de darle un respiro.
El carro ya me está esperando. Van a dar las dos de la tarde. Debo darme prisa.
Me doy un vistazo final al maquillaje y al peinado. Luzco linda, así me siento. Los treinta y seis no se me notan; o al menos eso creo.
Nuestro chófer se llama Héctor. Es hijo del chófer de mis padres. Tiene veintiocho años. De reojo me doy cuenta de que me mira de más. Eso me complace en secreto. Significa que soy lo bastante atractiva todavía para los hombres, incluso los menores.
—Vamos a la oficina del señor, por favor —le aviso.
Mi padre le dejó a Benjamín al mando del grupo corporativo que posee una parte de las franquicias de McDonald's que tenemos distribuidos en todo el país. A la gente le gusta consumir esa comida chatarra, y a nosotros nos encanta que lo hagan.
Llegamos media hora después.
Me siento entusiasmada. Ya quiero ver la cara de mi esposo cuando me lo robe. Para mí, siempre ha sido muy guapo y varonil, la edad lo pone como los buenos vinos, pero lo que en verdad me enamoró fue su buen humor que ya nunca tiene.
Hay que subir hasta el piso quince de un edificio de Santa Fe. Vivimos en la misma zona, pero el tráfico es espantoso todo el tiempo por estar lleno de corporativos.
Llego y lo primero que me encuentro es con la recepción vacía. ¡Esto es inaceptable! Le he dicho a Laura, la de recursos humanos, que sea estricta con los empleados y sus obligaciones.
Aguardo más de cinco minutos y la señorita no regresa. Demasiado tiempo ya si fue al baño, el cual se ubica a un costado. Además, la luz está apagada.
Con la zapatilla comienzo a pegarle al suelo. La duela resuena ruidosa.
El contador, Hugo, me reconoce cuando pasa cerca, y rápido llega a mi encuentro.
Señora Rivera, ¿no sabía que nos visitaba?
—Vine a ver a Benja —le informo cortés.
El contador es tan viejo como mi padre. Ellos trabajaron juntos desde jóvenes. Sé que, de alguna manera, está ahí como una especie de vigilante.
—Debe estar en su oficina.
—¿Esta muchachita dónde está? —Apunto hasta la recepción vacía.
Al contador se le ponen rojas las mejillas. Sus ojos intentan ubicarla, sin éxito.
—Me encargaré de encontrarla.
—Es importante que esté en su lugar —digo irritada—. Recuérdaselo, por favor.
—Así se hará, no lo dude.
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Detrás de las Puertas ©
RomansaMaya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre por accidente la traición de su esposo. Decidida a dar un giro radical a su vida y con la ayuda del esposo de una de sus amigas, Maya se su...