Ningún lujo puede hacerte olvidar el dolor de un engaño. Lo sé ahora que recorro con la vista la sala de la casa. Es tan bonita. La decoramos juntos Benjamín y yo. Decidimos que . Así fue en toda la casa. Nuestros gustos conviven en cada rincón. Este es mi hogar, nuestro lugar seguro donde compartimos el diario vivir. Nos mudamos en cuanto nos casamos. No hemos tenido otra dirección marital. Aquí nacieron nuestras hijas, aquí lloramos y festejamos tantas cosas. Aquí somos... fuimos felices. Al menos eso creía yo.
¿Cómo pudo él ser capaz de hacer lo que presencié?
No tengo la capacidad de procesarlo, a pesar de que sigo bebiendo y ya pasaron más de veinticuatro horas.
Mis hijas regresan hasta mañana. Tengo tiempo de seguir perdiendo la cordura. No quiero ser consciente de mi realidad y pienso alargar el momento lo más que pueda.
Tengo el mismo vestido puesto, quizá lo mejor sería ducharme e irme a dormir, pero decido permanecer en la sala. La tengo hecha un desastre. ¿Qué importa? Ya se arreglará; algo que no se puede hacer tan fácil con mi vida.
Pasa otro día más. Sé que amanece porque la luz me molesta, aunque no planeo levantarme del sillón.
Es el empujoncito persistente en el hombro lo que me despierta.
Por un segundo pienso que es Benjamín y mi primer instinto es soltar un manotazo.
Por suerte la persona logró esquivarlo.
El perfume de mujer que alcanzo a oler me dice que no es él.
Aclaro la vista para confirmar quién se atreve a perturbar mi tiempo depresivo postinfidelidad.
—¿Ceci?, ¿qué haces aquí? —Se trata de una de mis mejores amigas. Tal vez la mejor de todas.
Compartimos código postal y pasa de visita muy seguido por mi casa. Suele hacerlo cuando se aburre o quiere contarme algún chisme. Sucede que no se lleva con varias de las vecinas. La consideran "vulgar" porque ella no nació siendo adinerada. Su matrimonio fue el que le dio todo lo que ahora goza. A mí sí me agrada bastante, aunque puede llegar a ser un tanto "impertinente".
Sea lo que sea que quiera, no estoy para nadie.
Vuelvo a acostarme y me cubro con la manta que tenía.
—Nada de dormirte. ¡Despierta! —Ceci jala de un tirón la tela que me protege. Tu chófer me fue a buscar a mi casa. Tienes a los empleados preocupados. Dicen que no dejas que se queden a trabajar.
Ella me toma el brazo para que me levante.
A tropezones me conduce.
Quiero que se vaya y me deje en paz para seguir hundiéndome en mi pesar.
Paso por uno de los espejos y me observo. Estoy horrenda con el pelo revuelto y el maquillaje corrido.
Ceci me lleva hasta el comedor. Es de doce sillas. Ahí encuentro ya un plato servido. Mi amiga hace que me siente en una.
—Come. Es consomé.
Reniego como niña. Jugueteo con la cuchara. No tengo apetito, y menos de consomé.
—Come, terca. Te va a dar una gastritis que no te cuento. —Hace una mueca de dolor.
Ella tiene razón. El estómago pasa factura con ese tipo de malpasadas.
Me acabo obligada el consomé. En realidad, no estaba nada mal. Solo que mi boca tiene la amargura impregnada.
Ceci se acomoda en la silla de un lado.
—Ahora sí, dime ¿qué te pasó?
De nuevo siento ganas de llorar. Lo hago sin contenerme. No me interesa guardar las apariencias ante ella.
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Detrás de las Puertas ©
RomanceMaya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre por accidente la traición de su esposo. Decidida a dar un giro radical a su vida y con la ayuda del esposo de una de sus amigas, Maya se su...