Capítulo 38 - CEO

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Fuera la noche está en calma, no se oye el ruido de la ciudad. Dentro solo hay conversaciones triviales.

Llevo el cabello recogido en un moño y un vestido rojo que tiene dos aberturas provocativas a los costados.

Me dispongo a servirme del vino con exagerada lentitud.

Escucho un leve crujido. Me sobresalto.

La puerta de la cocina se abre. Volteo y descubro que es Sergio el que entra.

Él viste jeans y una camiseta azul.

Se detiene un momento en el umbral.

—¿Estás bien? —me pregunta.

Asiento sin soltar la botella, pero mi respiración se agita un poco.

Sergio se acerca a mí.

Abandono la botella y mi copa sobre la barra, y giro para enfrentarlo.

Su proximidad es excesiva, felina.

—Esto... esto es peligroso —le advierto con torpeza.

A él no parece importarle porque toma mi mano.

La excitación que experimento se marca en la delicada tela. Uno de los tirantes cae.

—Sólo somos dos amigos conviviendo en la cocina —dice él.

Río un poco.

—Sí, dos amigos.

Pero dos amigos no quedan con los cuerpos así de cercanos.

Él roza la punta de su nariz sobre mi mejilla.

—Dime que quieres que me vaya, y me iré.

Lo observo con un deseo conflictivo. Mabel y Benjamín son un par de descarados, pero eso no basta para convencerme de quedar en evidencia frente a nuestros conocidos.

Cada movimiento parece calculado. Sus labios me recorren el cuello y una de sus manos lo aprieta un poco. Es un beso cauteloso, apasionado. La cocina se convierte en nuestro fugaz refugio.

Lo detengo sin ganas de hacerlo.

—Aquí no.

—¿Por qué te quieres seguir escondiendo?

Su pregunta me retumba en la cabeza.

¿Por qué si ya soy una mujer divorciada y libre? ¿Por qué sigo sintiendo que le debo algo a Benjamín?

Todavía no lo decido, pero es cuando despierto.

Este es el quinto sueño de la semana donde aparece Sergio. No logro apartarlo de mi cabeza. Se ha instalado ahí con todo y mueblería y su sonrisa castrosa.

Es mejor levantarme y distraer los pensamientos.

Veo a Julia en un café después de recoger a las gemelas. Tendrán en casa una pequeña reunión de amigas, por eso preferí salirme.

Julia y yo estamos sentadas en una mesa para dos en la terraza, como acostumbramos.

Ambas tazas de café humean espumosas.

La tarde está tranquila, pero percibo tensión en ella.

—¿Cuándo vas a hablarle a Ceci? —me pregunta. Suena que se esfuerza en sonar casual—. Ya pasaron dos semanas y... no sé, tal vez podrían intentar resolver las cosas.

Trueno la boca. Desde ese día en que la vi en el hotel la bloqueé de mis redes y les indiqué a las empleadas que le dijeran que no me encontraba en caso de que me buscara.

Detrás de las Puertas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora