PARTE 23

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GATO, RATON, CAZADOR

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HELLA

Mis ojos detallan la acción de la mujer que traza la hoja en su cuello, haciendo una línea de punta a punta que le abre la piel y desata el chorro de sangre que ensucia su ropa antes de clavar sus rodillas en el suelo con los ojos en blancos.

«Que impresión»

La boca se me cierra con el acto, sintiendo como mi pecho brinca, mientras la mujer simplemente se desploma en el piso inerte.

—Maldita loca—exclama Maksi que se mueve a su sitio, reparándola de pie—en fin, no podemos dejar el lugar así.

Dice como si nada y no me importa la mujer, solo que, me cuesta asimilar que prefirió quitarse la vida solo por no abrir la boca. La mujer acaba de matarse sin temblarle la mano.

—Cariño tenemos que desaparecer el cuerpo—parpadeo varias veces y «cariño» se me queda esa palabra en la cabeza mientras asiento a lo demás—al sótano.

Se agacha por el cuerpo cargándola y con el movimiento de su cabeza me indica el camino. No conozco el lugar y respiro profundo digitando la clave que me habla y la cual funciona, abriendo la puerta que da al sótano.

El sótano es húmedo y frío, las paredes de concreto están cubiertas de estantes con herramientas, armas y frascos de químicos.

Kolja se acerca a la mesa central, colocando el cuerpo cuidadosamente sobre ella. No entiendo bien que piensa hacer pero pasa por mi lado, dándome un beso en la sien, antes de acercase a los galones de químicos que mezcla en otro balde. Creando una solución que disolverá los restos sin dejar rastro. Estoy sintiendo una mezcla rara y repulsión por lo que estamos a punto de hacer, pero me repito que son cosas a las que tengo que acostumbrarme.

—¿Por qué lo hizo? —los cuestionamientos me abarcan—no lo entiendo.

—Éramos dos contra una, la mujer midió fuerzas contigo y se dio cuenta que le dabas pelea—explica Maksi mientras continúa disolviendo una cantidad considerable de elementos químicos que mezclados sueltan un olor fétido—entonces el camino más fácil para ella, fue morir, de todas maneras sabía que la íbamos a matar porque descubrió que estamos encubiertos en esa institución.

Lo que me impacta es ver como una persona puede hacer eso sin titubear, sin pensarlo dos veces, solo se tajo la garganta a sí misma sin dudar un segundo.

—Ve por esas mascaras—ordena Kolja frunciendo los labios, la acción se me queda y me señala el lugar al que me acerco, agarrando lo que me pide—cuando entra en contacto con el cuerpo desprende un olor insoportable que puede permanecer en ti por varias horas.

Extiendo una de las mascaras y me pongo la otra mientras Maksi agarra el balde el cual vierte la solución sobre el cuerpo de la profesora Salome que resulto toda una caja de sorpresas. Me quedo a un lado, observando cómo reacciona al contacto, la piel se le corroe, quemándose, sancochándose, la mezcla es más poderosa que el ácido y paso saliva mientras el proceso es silencioso pero visualmente perturbador.

Es feo, pero estamos asegurándonos de que cada parte tratada y no dejar nada al azar. Los vapores están ascendiendo, el cuerpo se desintegra y estoy agradecida por la máscara que me protege de los olores nocivos. El cuerpo se disuelve como cuando viertes agua al azúcar y la composición química acaba reduciendo hasta la ropa.

—¿Ya has hecho esto muchas veces?—le pregunto y asiente mientras se mueve a la esquina donde hay un lavado.

—No me acuerdo, pero diría que un par de veces—contesta volviendo al sitio, posándose en la esquina para arrastrar la mesa donde yace el cuerpo vuelto polvo—se olvida, ¿no te enseñaron a borrar ese tipo de recuerdos?

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