Capítulo 18.

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Observé el cuerpo inmóvil de Kai sintiéndome mal por no haber podido lograr que mejorara.

Tomé un cuenco y tiré agua por sus hombros y cuello, intentando ayudarlo.

Con miedo, acerqué mi oído a su nariz queriendo confirmar si seguía respirando. Al parecer lo hace.

Estoy tan asustada.

Mi mente empezó a maquinarse acerca de los posibles desenlaces de esta situación.

¿Qué voy a hacer si Kai muere?

Tengo tanto miedo.

Por favor Kai, tienes que ser fuerte.

Por suerte, después de unos largos minutos, Kai volvió a reaccionar, permitiéndome volver a respirar con normalidad.

¡Ya no sabia a que ancestro rezarle!

—¿Estás llorando? —fue lo primero que dijo al verme.

—No. —Negué con la cabeza sabiendo que las lágrima seguían saliendo de mis ojos —. No estoy llorando —reafirme secando mis lágrimas.

Es un poco difícil con absolutamente todo el cuerpo mojado. 

—Discúlpame. —La mano de Kai se movió hasta la mía —. Es por mi culpa que estas así. —Con su dedo pulgar acarició el dorso de mi mano suavemente.

—¿Puedes quedarte quieto? —reprendí con precaución.

—No puedo si tú estás cerca —confesó en voz baja.

Sentí mis mejillas enrojecerse.

—¿Qué cosas dices? —balbucee alejando mi mano.

Al principio temblaba de frío, pero ahora el agua está volviéndose tibia.

Saqué el tapón dejando que el agua se vaya y abrí la canilla para reemplazarla.

Intente escurrir mi ropaje lo máximo posible antes de salir de la tina.

—Vas a enfermar, ve a cambiarte —pidió Kai.

—No me voy a alejar de ti ahora —aclaré.

—Por favor, Tara —suplicó con firmeza.

—Cierra la boca y recupera tus fuerzas. —Volví a tapar la tina una ver que el agua volvió a estar fría y la deje llenarse por completo.

—Ninguna vida vale más que la tuya, Tara, debes priorizar tu salud —reprendió el cazador.

—Mi vida no vale más que la tuya —aseguré volviendo a tomar el cuenco.

Su mano tomó mi muñeca, deteniendome justo antes de tirarle el agua.

—Ve a cambiarte, si no quieres que salga y lo haga yo mismo —ordenó sin querer ceder.

Miré sus ojos dándome cuenta que hablaba muy enserio.

—Bien. —Suspiré rendida.

—Utiliza la ropa que está al lado de mi futón si no quieres irte —recomendó.

—Bien —repetí dejando el cuenco en el agua.

Salí del cuarto de baño dejando un rastro de agua detrás de mis pasos.

Si camino por el pasillo hasta mi habitación en estas condiciones no habrá forma de pasar desapercibida.

Suspiré mirando hacia atrás confirmando que la puerta del baño se encuentre cerrada.

Me despoje de mis prendas húmedas y pasadas antes de seguir mi camino.

Quedando simplemente con mi braga y sostén, fui hasta la cama de Kai encontrándome con unas prendas blancas dobladas perfectamente a su lado.

Tome las prendas y las desdoble para observarlas. El hadajuban y suteteko blanco que deberia estar utilizando Kai se encuentran aquí.

Negué con la cabeza y procedí a secar mi cuerpo con una toalla para luego ponerme la parte superior. Até el hadajuban con una cinta y procedí a analizar lo grande que me quedaba, me cubre hasta cuatro dedos encima de la rodilla.

¿Cómo se supone que voy a lograr que el pantalón me quede?

Rebusque otra cinta y me puse el pantalón, atandolo en mi cintura. Por último, me agaché para arremangar los extremos del pantalón y no pisarlos.

Por suerte puedo estar descalza gracias al cálido y limpio suelo de madera. Bueno, ahora no tan limpio por culpa del desastre que dejé.

Tome mis prendas húmedas para llevarlas al cesto de ropa sucia.

Entré al baño con sumo cuidado y deje la ropa en el cesto.

Miré la tina viendo como Kai parecía estar mejor.

—¿Debo cambiar el agua? —consulté acercandome a él.

Metí mis dedos dentro del agua para comprobar su temperatura.

Inevitablemente pude ver el cuerpo musculado de Kai a través del líquido cristalino.

—Todavía no es necesario. —Kai tomó mi mano y la alejó del agua —. En cualquier caso, no vuelvas a mojarte —pidió.

—No te preocupes por mi, Kai. —Lo miré con tranquilidad —. Yo estoy bien, tú eres el que está medio moribundo —me burlé.

Él se quejó.

—No me digas eso, Tara. —Inclinó su cabeza hacia atrás soltando un suspiro —. Haces parecer que te desagrado en este momento —dijo con pesar.

¿Kai desagradarme? ¿Es eso posible?

—No me desagradas, Kai —aseguré —. Nunca podrías desagradarme —confesé agachandome a su lado.

Apoyé ambos brazos sobre el costado de la tina y apoyé mi cabeza sobre ellos.

—¿No? —Volvió a mirarme.

—No —susurré admirandolo disimuladamente.

Él sonrió conforme.

Su piel blanca, su mandíbula marcada y sus labios levemente rosados son cosas que nunca se olvidan. Kai es perfecto.

—Es la primera vez que paso este estado con alguien —contó después de unos minutos en silencio.

Yo sonreí sintiéndolo como una confesión especial.

—¿Si? —susurré sintiendo como mis dedos picaban por tocar los suyos.

Mi dedo índice se removió inquieto y finalmente cerré mi mano en un puño.

Kai notó esa acción sin perderse ningún detalle. Su mano se elevó y sus dedos rozaron mis nudillos, mojandolos en el proceso.

Suspiré nerviosa y extendí mis dedos para entrelazarlos con los suyos cuidadosamente.

—¿Qué es exactamente ese estado? —pregunté intentando distraerme.

—Al igual que los demonios, los cazadores nos fortalecemos con cada Luna Sangrienta —explicó acariciando mi mano con su dedo pulgar —. La gran diferencia es que ellos la pasan excesivamente bien, mientras que para nosotros es como si nos destruyeran para reconstruirnos más fuertes —reveló —. Nuestra ventaja es que estos cambios perduran por siempre en nuestro cuerpo.

—¿A los demonios les dura solo una semana? —quise confirmar.

Él asintió.

—Así es.

Su mano no se apartó de la mía y eso me hizo sentir bien.

Hunter: Cazador; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora