Capítulo 8.

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Terminé de cocinarlos y entre los tres los rellenamos de chocolate. Tradicionalmente están rellenos de pasta de judías, pero gracias a Kiki eso cambio en esta aldea.

Rellenarlos realmente nos tomó horas porque suelo hacer dorayakis para todos.

Tomamos una canasta cada uno, repleta de estos dulces para salir a repartirlos.

—¡Hicimos dorayakis! —gritó Kiki llamando la atención de todos.

—Siempre tan amables —un señor se acercó a tomar uno.

—Son los favoritos de mi hija —comentó feliz una aldeana.

Mientras los dejaba a ellos seguir repartiendo, caminé más lejos del centro para llevarles unos a Mori y demás personas.

—No tenía porque molestarse —dijo Mori en cuanto llegué a su puesto de trabajo.

—No es problema, además quería comprar algunas hierbas —la tranquilicé.

—Oh, genial. —Sonrió.

Me recomendó las que más me ayudarían y pasamos un agradable tiempo juntas.

Después de unas horas me despedí de ella y me fui.

La canasta se había vaciado y en su lugar la llené de hierbas medicinales y esencias.

Entré a la mansión, después de haberme sacado los zapatos y puesto las pantuflas, y dejé el canasto sobre la mesa.

—Cuando desaparezcas, aunque sea dinos a donde vas —la voz de Kai fue la primera en escucharse.

—Todos nos conocemos en esta aldea, nadie corre peligro durante el día —refuté —. Mira, te traje esto, sirve para que te relajes. —Le extendí un paquetito de infusiónes con lavanda y manzanilla —. Relájate, amigo —hablé con calma.

Realmente los sahumerios de Mori son excelentes.

—¿Estás drogada? —Acercó su cuerpo al mío para analizar mi rostro con atención.

—No estoy drogada, idiota. —Fruncí el ceño.

Genial, toda mi sesión espiritual y de paz interior con Mori fue tirada a la basura en un segundo.

Al ver mi actitud normal asintió conforme.

—Kiki te estaba esperando —informó.

—Bien. —Golpeé el paquetito de infusiónes contra su pecho para que lo agarre.

—Se lo agradezco. —Lo tomó gentilmente entre sus grandes manos.

¿Era tanto problema hacer eso desde un principio?

Fui hasta la sala encontrándome con la pequeña impaciente.

—¡Tara! Te estábamos esperando para comer los dorayakis —dijo Kiki en cuando me vio.

—Que niña más amable. —Sonreí acariciando su pelo negro.

Me senté a su lado y saludé con una reverencia de cabeza a mi padre.

—Las energías del pueblo cambian drasticamente cada vez que tienen este gesto —informó mi padre.

—Algo dulce te alegra el corazón siempre ¿o no? —Toqué el pecho de mi hermana con mi dedo índice causando sus risitas.

Kai se sentó del otro lado de la mesa quedando en frente de mi.

Mi padre refrego sus manos emocionado y tomó un dorayaki. Le dio la primera mordida exagerando su expresión de gusto.

—Esta delicioso, coman —nos animó.

Kiki fue la primera en meterse un pedazo en la boca.

—¡Que rico! —Chilló con la boca llena.

Hunter: Cazador; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora