MALIBÚ

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Fue tan devastador que quedé en un estado casi catatónico, inmovilizada. No podía mover un músculo, no podía hablar, mi cuerpo se había apagado por completo.

Ethan desató mis manos del agarre y suavizó su contacto conmigo, reconoció mi cansancio y agotamiento. Entrelazó su mano con la mía y se dedicó a mi espalda con suaves caricias, me acercó y acomodó en su pecho. Besó mis muñecas dónde estuvieron atadas mientras yo seguía difusa sin reconocer mi cuerpo.

—April... ¿Estás bien?—me susurró suave y delicado, su respiración se aceleró un poco mientras esperaba a qué le respondiera. Yo sólo pude asentir y él acarició mi cabello.—Descansa, nena.—fue lo último que escuché antes de sumirme en un mar de bienestar y el sueño se cerniera sobre mi.

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—Buenos días, preciosa—me habló despacito al oído, despertándome con cariño, lo escuché con claridad pero mis parpados pesaban tanto que simplemente quería seguir así, descansando entre esas sedosas sabanas con aroma a él.—Nena, es hora de levantarse, en tres horas partimos.—informó deslizando sus dedos a lo largo de mi espalda.

—Estoy exhausta...—respondí con voz pastosa, mantenía los ojos cerrados pero estaba más consciente de la situación.

Mi sentido del olfato también despertó notando el aroma a gel de baño y a dulce, chocolate y frutas. Estos últimos me hicieron abrir los ojos. No lograba identificar que sentía más, si cansancio o hambre. Lo vi en sus impecables calzoncillos blancos y con el cabello húmedo despeinado. La vista más sexy con la que podía despertar.

—¿Tienes hambre?—dijo en tono seductor, con todo el doble sentido al percatarse de que lo estaba observando detalladamente ¡Dios no podía creer que ese hombre era mío!

—Mucha.—respondí con una sonrisa coqueta. Me senté y comencé a sacarme la pereza estirando mis brazos. Él tomó una bandeja de desayuno que estaba justo al lado de la cama y la colocó frente a mi.

—Come.—me dedicó una sonrisa ladeada, de esas que tanto me derretían. Beso mis labios y se adentró en su Walk-in closet. Le eché una ojeada a toda la comida frente a mí y amé lo detallista que era. Tenía frutos secos de varios tipos, granola, yogurt griego, chocolate en trozos, fruta troceada, un café humeante que olía espectacular, un par de waffles de chocolate con crema de maní... como siempre todo en cantidades exageradas pero era todo lo que me gustaba. Le di un sorbo al café y comencé por las frutas y el yogurt, luego los frutos secos, los waffles y trocitos de chocolate que era una exquisitez y cuando menos pensé me había comido más de la mitad de lo que en la bandeja había y seguía con hambre.

Lo ví salir nuevamente con unos pantalones de lino azul con bolsillos, una camisa de algodón con bordes lisos y dos botones desabrochados, unas zapatillas clásicas bajas informales, y su espectacular aroma a Dios del Olimpo, haciéndome babear.

—¿Cómo te sientes?—inquirió abrochándose un reloj clásico del mismo tono que el pantalón.

Dudé un segundo intentando reconocer alguna incomodidad en mi cuerpo pero estando cómo estaba realmente no sentía nada fuera de lugar o extraño.

—Creo que estoy bien... no siento nada... extraño.—confesé sonrojándome sólo recordar todo lo que sucedió en la noche. Se acercó y tomó de la mesita una pastilla que puso en mi mano.

—Es un Advil. Tómalo por precaución, quizá cuando te levantes no te sientas tan bien.—dijo mirándome con intensidad.—En el baño te espera una ducha caliente para que puedas relajarte.—acarició mi mejilla y no pude amarlo más, a él y a todos sus intentos de hacerme sentir cómoda.

TERCER ENCUENTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora