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Él era un sombra de lo que alguna vez fue.
Llegaba a sentirse inútil, desde él momento en que fue encontrado por un par de marineros de la Casa Velaryon, siendo un náufrago de los mares. Un herido de gravedad que por suerte o ayuda de los Dioses, aún respiraba con dificultad y dolor en cada bocanada, pero vivía.
Los maestres y diferentes sanadores que pasaban por su habitación, quedaban sorprendidos que a todas sus heridas, las infecciones y la pérdida de sus piernas y que él siguiera con vida, para su desgracia. El Mar Humeante era un gigante caldero lleno de agua hirviendo, al cuál desafortunadamente cayó, bestias como los krakens, atraídos por sus gritos y su carne achicharrada, cocinándose lentamente en las aguas, arrancaron sin problema sus piernas, dejándolo completamente inmóvil de sus rodillas hacia abajo. Vagó sobre una gran plancha de madera por días, tal vez semanas, hambriento y bailando entre la consciencia y la inconsciencia, debido a la pérdida de sangre. Tenía la piel roja, quemada y arrugada como un mancha de vino, heridas abiertas, aún sangrantes, infectadas llena de líquido, pus con moscas a su alrededor, que creían que había perecido. Pero allí seguía, a duras penas.
Las pocas damas que llegaban con sus aposentos, gritabas y huían horrorizadas por lo que era Valerion Blackfyre.
No quedaba nada de aquél imponente hombre que alguna vez fue. Alto y fuerte, ahora parecía un anciano, lleno de arrugas y heridas, envejecido en contra su voluntad y la del tiempo, su piel anteriormente nivea como copos de nieve que caían en invierno se encontraba colorada como el color del vino, la cabellera rubia y platina que le caía por sobre los hombros, fue remplazado por una calva o el intento de una, aun seguía con algun que otro mechón albino; parecía un perro con sarna. Y sus ojos, anteriormente de un vibrante y mágico color índigo que brillaban como el mar del ocaso, fueron lentamente apagándose en cuanto se postró en una cama, volviéndose de un morado tan oscuro como el negro.
Valerion había fallado en su única misión, el motivo por el cuál, él dedicó su vida. No logró mantenerse junto a Viserra.
Y aquello solo le hacía desear la muerte. Paralítico de la cintura hacia abajo y herido de gravedad en lo que le quedaba de cuerpo, no tenía ni la fuerza necesaria para tomar su propia copa de leche de amapola, ni siquiera asearse a si mismo. Era humillante, un gran caballero que con su espada en mano lograban compararlo con el Guerrero, ahora era un saco de carne, pudriéndose en su lugar.
