Capítulo 10: Anastasia y su prometido

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Anastasia abrió los ojos con delicadeza y miró a su costado con desoriento. Umbra yacía sentado junto a ella y él limpió las lágrimas de la sílfide cuando ésta lo miró.

—Gracias a los cuatro espíritus, tus alas han dejado de brillar —dijo el silfo.

—Señor Umbra... —Lo nombró Anastasia, intentando reafirmar que fuera él.

—Me mira con tanta decepción que me entristece. —Umbra sonrió—. ¿Esperaba a alguien más, mi princesa?

«Quién sea, menos tú —pensó Anastasia, sentándose sobre la cama».

Anastasia se abstuvo de responder y se limitó a examinar el lugar: era una hermosa cómoda iluminada con la luz solar que entraba a través de un majestuoso ventanal, estaba conectada a otra sección por medio de un voluptuoso arco en la pared y de aquel lado había un tocador, junto a una puerta que conducía a un lujoso armario.

Luego se examinó a sí misma, vestida con un hermoso camisón de seda color rosa pastel y de mangas largas decoradas con exquisitos volantes.

La habitación y su vestimenta hablaban de tanto lujo que cualquier otro se habría sentido impresionado de inmediato, pero Anastasia sólo atinó a suspirar con desaliento.

—¿Puede explicarme cómo es que llegué aquí? —Se volvió para mirar al señor Umbra.

—Por supuesto, ¿le parece sí hablamos en el comedor? —Umbra le sonrió con amabilidad—. Necesita reponer fuerzas y una buena comida es la base para lograrlo.

Anastasia, con un gesto serio y sereno, emitió una leve inclinación de cabeza a manera de respuesta.

La puerta de la habitación se abrió y una sílfide ingresó al lugar. Una mujer cuyo aspecto inusual llamó la atención de Anastasia, pues la mujer, aunque hermosa, lleva en la mejilla la marca de lo que debió ser un fatídico desgarre alguna vez y cargaba una sombra de amargura en la mirada. Su cabello negro y sin brillo enfatizaba la cruel tragedia, siguiéndole sólo un ala por detrás.

«Es incapaz de volar —pensó Anastasia con pena—, sé cómo se siente, pero, a diferencia de mí... Ella jamás podrá sanar».

—Mi princesa. —Umbra se incorporó de la cama y le señaló a la recién llegada—. Ella es Ruth, es mi sirvienta más leal y estará a su cuidado desde ahora. La ayudará a vestirse.

Umbra dedicó una mirada autoritaria a Ruth y ésta, con las manos entrelazadas sobre el vientre, lo reverenció con una leve inclinación de cabeza. El señor volvió a sonreírle a Anastasia y enseguida, abandonó la habitación, dejándolas solas.

Ruth la miró con amargura y seriedad, pero manteniendo su distancia, mientras que Anastasia salía de la cama.

—Princesa, permítame...

—Por favor, no. —Anastasia la interrumpió con firmeza—. No requiero que me vistas y me arregles para complacer el capricho de un honorable silfo. Hace mucho que no pertenezco a la comunidad de sílfides y sus costumbres.

—Es importante que se vista de acuerdo a la ocasión —respondió Ruth y la miró con severidad—, ya que va a comer con el señor Umbra Sallow, un silfo de tanta nobleza como la de su padre.

—La respuesta sigue siendo "no" —respondió Anastasia, encaminándose a la puerta que prometía el mejor armario nunca antes visto—, pero sí me arreglaré.

Abrió la puerta y ahí encontró lo que parecía ser una pequeña habitación cuyo techo cóncavo le hizo recordar a los pasillos de una iglesia. Había un candelabro en el techo que le daba iluminación y una alta cantidad de vestidos colgados en las paredes. Al fondo, un gran espejo de cuerpo completo enmarcado en oro.

Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora