Capítulo 11: La corona de una sabia

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Anastasia contempló su reflejo con amargura, mientras Ruth perfilaba su cabello frente al tocador y desde ahí, notó como Ruth la miraba de reojo.

—¿Algo que me quieras decir? —preguntó Anastasia.

—Veo en sus ojos esa sombra —comentó Ruth con delicadeza—, la misma sombra que nos consume a las sílfides cuando somos tomadas por un silfo.

»Ellos nos eligen y son ellos los que se enamoran de nosotras, pero no nos permiten elegir o amar. Somos, incuestionablemente, forzadas a corresponder el amor de un silfo, ya que, su honor vale más que nuestro amor, pues ellos son los que se juegan la vida en el campo de batalla.

—¿También fuiste desposada? —preguntó Anastasia sorprendida.

—Por un honorable silfo quien no dudó en arrancarme una de mis alas cuando me creyó una vil pecadora y no contento con eso, me dejó una marca con el fin de privarme de mi belleza...

—Que horrible...

—El señor Umbra lo castigó, pues mi esposo no sólo se atrevió a acusar de un crimen que jamás comprobó y resultó ser falso... Sino que dañó a una sacerdotisa de los vientos y la pena fue la muerte.

Ruth apartó las tijeras del cabello de Anastasia y las depositó sobre un cuenco con agua, en donde la joven sílfide contempló con cierto recelo el metal con el que habían sido forjadas. Luego observó cuidadosamente cómo Ruth se despojó de los guantes que había usado para sostener la herramienta.

—Usted tiene suerte —prosiguió Ruth—, pues el señor Umbra está dispuesto a perdonarla sin importar qué pecado haya cometido...

Ruth cogió el cuenco y se encaminó a la puerta con intención de llevar la herramienta a otro lugar.

—¿Qué pecado pensó que habías cometido? —inquirió Anastasia, incorporándose del pequeño asiento aterciopelado.

Con los labios apretados en una firme línea, Ruth depositó su mano sobre el vientre y Anastasia entendió lo que le decía.

—¿En verdad lo hiciste?

Ruth negó con la cabeza, mientras sus ojos se teñían de lágrimas próximas.

—Fue la voluntad de la madre naturaleza... —explicó con la voz entrecortada—. Pero él estaba tan ansioso por hacer sus propios deseos realidad que, cuando éstos se vieron frustrados, requirió de un culpable con quien desahogarse...

—Lo lamento mucho.

—No hay por qué, mi princesa, ahora entiendo que habríamos sido infelices... La naturaleza es sabia.

Anastasia asintió y Ruth la dejó a solas en su habitación, por lo que, la sílfide se tomó un tiempo para despejar aquella bruma de pena y amargura. Cuando estuvo mejor, se apresuró hacia la ventana y trató de abrirla, pero ésta se negó a responder a sus órdenes.

—Un sello mágico —resolvió en medio de un resoplido y luego contempló con amargura el hermoso bosque que se alzaba en el exterior—, ¿dónde estás ahora, mi Darién?

—Un sello mágico —resolvió en medio de un resoplido y luego contempló con amargura el hermoso bosque que se alzaba en el exterior—, ¿dónde estás ahora, mi Darién?

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Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora