Capítulo 17: La honra de una princesa

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—¿Qué es esto? —preguntó Anastasia cuando el señor Umbra irrumpió en la biblioteca, interrumpiendo su lectura y ofreciéndole una rosa.

—Una muestra de mi amor por usted —dijo.

Anastasia contempló la rosa con frialdad y cerró el libro, luego miró a Ruth, quien, con una leve inclinación de cabeza entendió el gesto y se retiró de la biblioteca, dejándolos solos. Anastasia se incorporó del sillón y se apartó del señor Umbra sin aceptar la rosa que él le ofrecía.

—¿Qué sucede? —preguntó el hombre extrañado.

Anastasia fue a la ventana más cercana y puso su mano sobre ésta, haciendo relucir el sello mágico.

—¿Qué muestra de amor es la de mantenerme en cautiverio como un ave enjaulada? —inquirió con frialdad.

—El sello es para protegerla, no para encerrarla.

Anastasia, no conforme con la respuesta, se apartó de la ventana y se encaminó a un librero, evitando mirarlo.

—Todo el bosque sagrado la ve como una aberración de la naturaleza, ¿qué se supone que debo hacer para mantenerla a salvo y complacida? —Umbra la siguió, frustrado.

—Tal vez... —Anastasia volvió a mirarlo con frialdad—. Debería dejar de actuar como si se avergonzara de mí.

—¿Y entonces podrás escaparte de mi lado para ir con ese forastero?

—Ah, ahí están tus verdadera intenciones, ¿ves que sí pretendes enjaularme?

Umbra azotó su mano sobre la mejilla de Anastasia, provocando que el cuello de la sílfide se volteara por el impacto.

—Puede que alguna vez fueras una sagrada princesa —soltó Umbra iracundo, mientras la sílfide agachaba la mirada y se llevaba la mano a su dolorida mejilla—, pero perdiste todo tu valor en el momento en que te acostaste con ese extraño... Deberías estar agradecida porque te acepté aún siendo impura.

«Maestra, pido perdón —pensó Anastasia».

La sílfide levantó la mirada encolerizada hacia el silfo y lo mandó a volar hasta el techo con un feroz resoplido. Ni siquiera tuvo que mover un sólo dedo, lo cual sorprendió a Umbra, quien se tuvo que esforzar para tomar el dominio de aquella caliente ventisca con el fin de amortiguar torpemente su aterrizaje.

«¿Cómo lo hizo? —Umbra miró sorprendido a Anastasia».

La sílfide lo miró con una rabia ferviente que hizo iluminar sus ojos azules, adquiriendo los tenues colores del cosmos.

—Sí vuelves a tocarme... La sentencia de mi viento será lo último que escuches —declaró Anastasia con imponencia.

—Mi princesa, pido perdón. —Umbra se apresuró a postrarse de rodillas, con la cabeza hasta el piso—. Perdí el control por un ataque de celos... No lo justifica, pero espero lo entienda y me perdone.

«Maldita zorra —pensó Umbra para sus adentros».

—No te perdono —replicó Anastasia indignada y, con las mejillas llenas de aire se dio la vuelta, dejándolo atónito en la biblioteca.

La sílfide volvió a su habitación abriendo la puerta con una fuerza precipitada que sobresaltó a Ruth, quien se encontraba tendiendo la cama. Ruth se volteó para mirar confundida cómo Anastasia ingresaba al lugar en plena rabieta. Cerró la puerta dando un portazo y procedió a desvestirse encolerizada.

—Princesa, no... —Trató de detenerla Ruth.

—¡Déjame! —bufó Anastasia, virando sus ojos llenos de lágrimas próximas hacia la otra sílfide, quien, con el gesto, pudo percatarse al fin de la marca enrojecida en su mejilla.

Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora