Capítulo 31: La sabia del Dios de la restauración

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Luego de haber alcanzado el éxtasis, Anastasia cayó rendida en los brazos de Darién, quien la sostuvo amorosamente y la llenó de besos, los dos envueltos entre las sábanas de la cama y para nada dispuestos a separarse. Anastasia tomó a Darién de la mejilla y lo miró, deleitándose con el plateado lunar de sus ojos.

—Te amo, ojitos de plata —murmuró, haciéndolo sonreír.

Darién iba a besarla, pero la puerta se abrió bruscamente y los dos se dieron la vuelta bruscamente, cubriéndose con las sábanas.

—¡Princesa! —Era Ruth—. ¡Despídanse, el señor Umbra ya llegó, trataremos de darles tiempo!

Sin más que decir, Ruth salió precipitadamente del lugar, cerrando la puerta y Darién saltó fuera de la cama, recogiendo su ropa y dándose prisa para vestirse. Anastasia estaba en shock.

—Anastasia. —Darién la tomó de los hombros y la besó en los labios—. Te amo.

Una luz plateada lo envolvió por completo y el chico desapareció ante sus ojos. Anastasia se quedó inmóvil sobre la cama, envolviéndose con las sábanas y contemplando el lugar donde, segundos antes, Darién había estado. Debía volver a la realidad, pero no se sentía lista ni quería. Ella todavía añoraba más tiempo, más besos y más caricias.

«No te vayas —quiso decirle».

—Princesa... —Ruth entró, cerrando la puerta cuidadosamente tras de ella—. ¿Por qué todavía no se ha vestido?

Anastasia la miró y en cuanto lo hizo, su llanto la traicionó, por lo que, Ruth, con un suspiro, se acercó a ella y se sentó en la cama.

»Déjelo —dijo Ruth—, ya pensé en una excusa.

La puerta se abrió y Anastasia se abalanzó sobre los brazos de Ruth para esconderse. Sintió como la sílfide mayor la envolvía firme y protectora.

—¿Qué está pasando? —resonó la voz de Umbra, molesto y desconcertado.

—Estaba curando las heridas que la princesa sufrió el día de ayer —respondió Ruth—, ¿podría darnos un poco más de privacidad?

—Pero dense prisa y prepara a la princesa para la cena —dijo Umbra, saliendo del lugar y cerrando la puerta al marcharse.

Anastasia y Ruth se quedaron en silencio durante algún momento, mientras tanto, Ruth no dejó de abrazarla.

—Gracias... —murmuró Anastasia por lo bajo—. Por haber dejado que Darién viniera.

—Tras mi historia de vida... Pienso que todas las sílfides merecemos ser amadas por la persona que amamos. 

Ruth la tomó del mentón y la alzó para mirarla. Las mejillas de la princesa seguían llenas de lágrimas. 

»Lo entendí mejor luego de verla esforzarse tanto. Usted es mucho más joven de lo que yo era cuando me casé, pero usted no es como yo...

—No te culpo por haber sido obediente. —Anastasia se limpió las lágrimas, hablando con la voz temblorosa—. La verdad es que da mucho miedo... Pero lo que más me aterra es cómo logra meterse en mi cabeza.

—No tema, mi princesa. —Ruth limpió las lágrimas que Anastasia no podía detener—. Usted está llena de aliados y cuando Darién hable con las matriarcas... Sé que escucharán, porque usted no es la única mujer que ellas desean liberar de estas horribles ataduras.

Ruth se incorporó y se dispuso a vestir a Anastasia para la cena. La vistió con un ostentoso vestido color tinto, decorado con plumas de pavo real alrededor del escote y en la cola de la falda.

Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora