Capítulo 21: Orquídeas azules

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Los siguientes días, Anastasia no volvió a hablar y sólo se dejó llevar por Ruth a través de la mansión, quien la vestía, peinaba, maquillaba e incluso bañaba. Vagaba como una muñeca cabizbaja que apenas comía y que sólo lo hacía porque Umbra se lo ordenaba. Así, en la mesa, mientras Ruth le daba de comer, el hombre siempre aprovechaba para alardear sobre el evento próximo en la comunidad, ignorando los ojos vacíos de la sílfide.

Por otro lado, Ruth se esmeraba por ayudarla a reponerse y cuando Umbra no requería de la presencia de su prometida, Ruth siempre la llevaba a la biblioteca, ya que, era el único lugar donde Anastasia parecía cobrar un poco de vida. Ahí, leía y se movía para cambiar de página.

«Por pequeño que sea, mientras la mantenga viva... —pensaba Ruth al verla».

Las puertas de la biblioteca se abrieron y Ruth se sobresaltó, dándose vuelta con el temor palpable en su mirada.

—Perdone la intromisión —dijo Yami, dirigiéndose a ellas.

Ruth resopló, relajándose de inmediato, pues había pensado que el señor Umbra había venido para buscar a la princesa. Ya más tranquila, Ruth miró a Anastasia, la cual seguía leyendo su libro, totalmente ajena a la visita inesperada.

Yami, mientras tanto, atravesó el salón y se arrodilló frente a la princesa, sosteniendo un ramo de flores. Anastasia no apartó su libro, ni tampoco la mirada de las letras, como si no se percatara de la presencia del joven silfo.

—Dígale al señor Umbra que, si espera que eso sirva de algo, está desperdiciando su tiempo —bufó Ruth con indignación.

—En realidad... Son de parte mía —respondió Yami con timidez y esbozando una sonrisa las depositó sobre el regazo de la ignorante princesa, quien seguía ajena a lo sucedido—. Mi princesa. —Yami la llamó con delicadeza, mirándola desde el suelo con una cálida sonrisa, sin importar que ésta lo ignorara—. Le he traído este humilde presente...

»Las vi en el jardín y su color celeste me hizo recordar a sus ojos... Pensé que ayudarían a alegrarle su día. —Yami guardó silencio, como esperando una respuesta que jamás llegó y finalmente, bajó los ojos con una amarga sonrisa, contemplando el ramo impávido sobre el regazo de la joven—. Quiero que sepa que no estoy para nada de acuerdo con lo que el señor Umbra le hizo... Y lamento... Lamento haber sido tan débil. —Los labios de Yami se deformaron en una mueca de dolor y tormento, mientras se reclinaba sobre el regazo de la sílfide—. Luego de que eso sucedió, empecé a entrenarme con la espada... Lo hago cada noche, pero es un secreto, así que, no se lo diga al señor Umbra, porque sé que él no lo aprobaría. El señor Umbra siempre ha sido así, impone su voluntad sobre los demás de una forma insensible y despiadada, pero usted... Aunque fue algo ruda la primera noche que nos conocimos, sentí en sus palabras una suave gentileza que se desbordaba entre sus bruscas acciones.

»Cada vez que entreno, me acuerdo mucho de lo que me dijo. Sus palabras son mi mantra desde entonces. Así que, me haré muy fuerte, tan fuerte que el señor Umbra no será un verdadero oponente y la sacaré de aquí, junto con la señorita Ruth. Lo juro.

Una suave caricia en el cabello lo motivó a levantar la cabeza y al hacerlo, vio como Anastasia apartaba el libro que se interponía entre ellos. La sílfide, por primera vez en muchos días, lo miró esbozando una gentil sonrisa, mientras su mano recorría sus cabellos con delicadeza.

Inevitablemente, las lágrimas saltaron de los ojos de Yami y él, llevó la frente hasta el suelo, donde la reverenció y se contrajo llorando.

—Perdóneme —imploró—, perdóneme, por favor... Mi princesa, lamento no haberla protegido, lamento ser tan débil. Yo... Lo lamento de verdad...

Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora