Capítulo 5: Rivales

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Darién aterrizó súbitamente sobre un suelo lleno de barro encharcado. Era difícil ver a dónde habían llegado tan de repente, pero no tuvo tiempo de meditar sobre ello o analizar su entorno, ya que, el dolor que le invadió no le permitió procesar ninguna otra cosa.

Se contrajo sobre el suelo y estrechó el cuerpo de Anastasia, mientras jadeaba y gemía. Un dolor desmesurable le recorrió cada extremidad y luchó para mantenerse consciente, pero, su visión se empañó, amenazando con arrastrarlo hacia las tinieblas. Así pues, en el último ápice de lucidez alcanzó a percibir el ajetreo de varios pies trotando y sonidos ambiguos de voces masculinas. Luego, la oscuridad lo consumió.

Cuando Darién abrió los ojos, lo hizo sintiendo el adormecimiento de sus brazos extendidos y atados a la pared con algunas cadenas

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Cuando Darién abrió los ojos, lo hizo sintiendo el adormecimiento de sus brazos extendidos y atados a la pared con algunas cadenas. Levantó los ojos desorientado y trató de enfocar su visión en el repentino calabozo donde se descubrió prisionero. Hacía tanto frío a causa de la humedad que corroía las paredes y se mezclaba con un aroma a oxidación. Enfocó y vio una afilada punta de espada amenazando su garganta, por lo que, se quedó estático ante lo visto. Levantó los ojos grises hacia el portador del arma y frunció el ceño, tratando de comprender quién era él...

Un hombre alto, cuya piel estaba cubierta de salpicaduras luminosas y las raíces blancas de su cabello se mezclaban con algunas profundas tonalidades negras.

—¿Quién... —musitó Darién, pero se detuvo cuando la espada se estrechó más a su piel.

—Yo hago las preguntas —respondió el hombre con imponencia—. ¿Quién eres tú?

—Da-rién... —El joven titubeó, pero luego se sobresaltó y se inclinó hacia delante, ignorando el filo de la espada, por lo que el otro tuvo que retroceder precavidamente— ¡Anastasia! —gritó Darién, recordando—. ¡¿Dónde está Anastasia?!

El hombre delante suyo arqueó las cejas y con un ágil movimiento, maniobró la espada para darle la vuelta, acto seguido, se abalanzó y propinó una estocada con la empuñadura en el vientre del muchacho. Darién se contrajo tosiendo y el hombre tiró de su cabello con una rabia desmesurada.

—¡No la llames por su nombre! —gritó, mientras Darién trataba de recuperar el aliento—. ¡Es mi prometida y vas a hablarle con más respeto!

Darién lo miró estupefacto, pero sin dejar de toser, con la piel colorada y los ojos a punto de derramarse del interior de sus cuencas. Intentó decir algo más, pero en su lugar, cayó sobre los brazos de morfeo.

El silfo permaneció de pie ante el muchacho, contemplando cómo su cabeza colgaba entre sus hombros y su colorada piel iba recuperando su tono blanquecino.

—Señor Umbra. —Un silfo de baja cuna se aproximó a él—. ¿Pudo obtener información del muchacho?

—Nada realmente —respondió Umbra, al tiempo que enfundaba su espada.

Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora