Capítulo 22: Ataduras

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Ruth terminó de peinar a Anastasia y sonrió con orgullo por lo hermosa que se veía con su vestido largo color vino y su tiara de trenza cubierta de flores. Luego suspiró, retornando a la realidad.

—¿Está lista? —preguntó.

Anastasia se miró a sí misma en el espejo y sonrió.

—Sí, es hora de volver a casa.

Ruth, como su dama de compañía, caminó con ella hasta el carruaje y Yami, pasó junto a Anastasia, sonriéndole al tiempo que alzaba el pulgar, dando a entender que todo estaba bien o probablemente era un intento por halagar el aspecto de la sílfide. Como quiera que fuera, Anastasia sabía que él estaba de su lado. Yami la ayudó a subir al carruaje, siguiéndole Ruth y las miró mientras se acomodaban dentro.

—Nos iremos en cuanto el señor Umbra dé la orden —dijo.

—Ya mismo. —Apareció Umbra detrás, sin que Ruth o Anastasia llegaran a responder.

Yami se hizo a un lado, agachando la cabeza y Umbra se introdujo en el interior del carruaje. Se sentó frente a la princesa y compañía, formando una sonrisa complacida cuando vio a la princesa.

—Estás muy hermosa, mi Anastasia.

Anastasia sólo asintió débilmente a manera de respuesta y Umbra le dio la orden a Yami para que cerrara la puerta. El joven silfo obedeció y se dirigió al frente para conducir el carruaje.

Se pusieron en movimiento y Anastasia se mantuvo tranquila sobre su lugar, aunque, por dentro se moría de ganas por mirar a través de la ventana y contemplar el exterior que tanto extrañaba.

«Paciencia, Anastasia —se decía a sí misma en compañía de una inhalación».

Ruth la veía hacerlo y sutilmente le apretaba la mano para transmitirle todo su apoyo. Anastasia pensó que, pese a lo mal que las dos habían iniciado, se habían convertido en dos poderosas aliadas.

Levantó cuidadosamente la mirada hacia Umbra, para asegurarse de que no se estuviera percatando de la complicidad entre las sílfides y para su buena suerte, lo encontró inmerso en una libreta donde escribía.

«¿Qué será? —sintió curiosidad».

Era una libreta vieja, pero bien conservada gracias a su lomo de cuero y, de lejos alcanzó a percibir que Umbra escribía garabatos sin ningún sentido aparente.

«No, no pueden no tener sentido —reflexionó Anastasia—, no perdería la oportunidad de alardear sobre su victoria sólo para escribir garabatos sin sentido».

Así que, llegó a la conclusión de que él debía estar escribiendo probablemente en otro idioma o en algún código.

Luego de algunas horas, se detuvieron y Umbra descendió del carruaje, ayudando a Anastasia a bajar también. Ella observó con extrañeza el lugar a dónde habían llegado y el cual desconoció por completo.

Se detuvieron en medio de un camino estrecho junto a un acantilado y detrás de su carruaje, se detuvo otro de color negro. Anastasia contuvo la respiración cuando vio que lo escoltaba un grupo de ogros.

Los ogros en su mundo no eran muy amigables, pues eran violentos y comían personas, por lo que, ninguna criatura se sentía a salvo en su presencia.

«Tranquila, Anastasia, tú eres la sílfide que vivió con un Desuellamentes —se recordó a sí misma».

En ese sentido, el aspecto grotesco de los ogros resultaba menos intimidante en comparación a la verdadera forma de Des. Los ogros medían 1.80 mts., y destacaban por sus corpulentos cuerpos, junto con su piel grisácea y sus dientes enormes. Estos ogros en cuestión iban vestidos con armaduras de cuero y estaban equipados con algunas hachas en la espalda.

Ráfaga Cósmica (Libro 2. Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora