Capítulo X

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Lanza del Sol era mucho mas cálida que Doral, y todo estaba cubierto de un olor inconfundible a humo. A Elise le gustaba.

Habían llegado hacia unos días y el mismísimo Príncipe Doran Martell los había recibido en el palacio de los Martell.

—Symond, ¡Un largo tiempo si verte! —dijo Doran. El príncipe era un hombre alto y delgado, de cabello negro corto y ojos claros de un tono verdoso, muy muy bonitos. No era alguien considerablemente atractivo, pero había algo de él que era agradable. A Elise no le disgustó.

—¡Doran! ¡Mirate muchacho, cuanto has crecido! —respondió Symond y le dio un fuerte abrazo al hombre.

Doran sonrió y llevo sus ojos a Elise, Symond lo notó.

—Doran, ¿recuerdas a mi hija: Elise? —preguntó Symond, e hizo un gesto con la mano hacia Elise, presentándola.

Doran sonrió nuevamente; una sonrisa pequeña y corta. No parecía un hombre muy alegre después de todo...

—Claro, un placer mi Lady —anunció el príncipe y se inclinó con un gesto con su cabeza en forma de saludo.

—Lo mismo digo Alteza —respondió Elise algo tímida, e hizo una reverencia.

—Llámame Doran por favor —pidió él.

Elise asintió y le dedicó una tímida sonrisa.

—Seguidme por favor —ordenó el príncipe y guió a Elise y a su padre por el palacio.

Era exageradamente enorme, decorado a la perfección con tapices anaranjados de soles atravesados por una lanza, el escudo de la casa Martell.

Los muebles eran de una madera oscura que tenia un olor extraño, pero agradable. Era cálido, tranquilo y muy elegante.

Elise podía sentir el aroma de las naranjas que rodeaban el palacio. Era encantador.

—Lamento informarte Symond que mi padre se fue de caza hace unos días, antes de recibir tu carta —dijo Doran con algo de tristeza pero serio, siempre serio.

—¿Regresará pronto? —preguntó su padre seguido de fruncir el ceño.

—En un par de días, me temo —respondió el príncipe.

—Ya veo...—dijo Symond, algo disgustado.

Doran lo notó.

—Pero no te preocupes Symond, él regresara cuanto antes. Apenas nos había llegado la noticia de que vendrías mandamos hombres a avisarle...

—Doran, escucha...—ordenó Symond, preocupado y triste— lamento tanto lo de Elia, no lo merecía, Dioses que no. Era una de las mujeres más dulces y gentiles que he conocido jamás. Y quiero que sepan cuanto lo lamentamos en Doral...

Doran frunció el ceño y Elise pudo ver como repentinamente la tristeza nublaba los ojos del príncipe.

—Todos lo lamentamos, y te agradezco que vinieras. No sabes cuanto lo apreciamos —afirmó Doran y le dedicó una triste sonrisa a Symond—. Mañana al anochecer ofreceremos un banquete al cual asistirán varios nobles de Dorne. Están invitados sin duda alguna —afirmó Doran y le dedicó una sonrisa tierna a Elise. Ella se la devolvió.

—Iremos con gusto —dijo su padre y sonrió.

Doran asintió y los llevo hasta sus habitaciones. Elise, por supuesto, tendría una propia. Con una enorme cama grande, y un sol bordado en color rojo atravesado por una larga y plateada lanza.

«Hermoso...».

El cuarto de baño tenia una enorme bañera dorada, y muchas velas y hierbas aromáticas adornándola.

El Sol de DorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora